Restringido

Hillary

La Razón
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Nadie como Hillary Clinton, en el circo previo a las elecciones presidenciales de 2016, puede fardar de músculo. Inteligente, buena pugilista, atesora cualidades de estratega y nació para vestir la púrpura. Si acaso le falta la simpatía, el «resplandor» que según Keith Richards necesita el vocalista de un grupo. Con cantar bien no basta para vender millones. De modo que la otra noche fue a la tele, al Saturday Night Live, el mítico programa de humor, cantera de John Belushi, Dan Aykroyd, Eddie Murphy, Billy Crystal, Conan O´Brien y Tina Fey. Ver a Hillary en el SNL, interpretando a una camarera, mientras la cómica Kate McKinnon hacía de Hillary, resultó fascinante. Demostró que sabe reírse de sí misma. Imposible no imaginar a los consiglieri comiéndose la cabeza durante semanas, empeñados en quitarle capas de acero a una candidata que cuando besuquea niños temes que acto seguido les mire las uñas, por comprobar si las tienen sucias. Cuando sonríe le cuesta relajar unos muelles faciales de pedernal. Ejerce de abuela y le pega más el papel de Vienna en Johnny Guitar. El público siempre prefirió a las chicas en el papel de tontas o dóciles que a Joan Crawford y Barbara Stanwyck. Telegénica o no, y vamos viendo que no mucho, estamos ante la dama que en 2008 iba para césar y le pasó por la izquierda el sputnik de Obama. Su relato boqueó ante el flipe de imaginar a un negro con empaque de Atticus Finch en el Despacho Oval. Como explicaba un politólogo, en materia de agravios el de las mujeres, la idea de que ya está bien de que sólo alcancen el Ala Oeste de consortes, da risa frente al de los nietos de esclavos, supervivientes de Jim Crow. Todavía recuerdo a mis vecinos en Harlem, viejitos que emigraron del sur, murmurar que Obama no agotaba la primera legislatura: los mismos que liquidaron a Kennedy iban a sacar el telerrifle. No fue así, claro, pues a pesar de los telediarios con polis que tirotean negros América abandonó hace mucho la cabaña del tío Tom. A Hillary no le quedaba otra que resignarse. Pero hacer cola, esperar a que el «speaker» diga su nombre por megafonía, nunca fue su mejor atributo. Condenada a soportar a hombres providenciales, primero su marido, con aquella labia lasciva de vendedor de coches, y después al actual presidente, el espejito le susurraba: «2016 es tuyo». Nadie vuela más alto en el partido demócrata, mientras los republicanos sufren la irrupción de un portero de discoteca o rey del bingo, Donald Trump, que amenaza con enterrar a la vieja guardia. Bernie Sanders, rival de Hillary en las primarias, ha logrado más de medio millón de donantes, y sin embargo lo tiene crudo para apuntarse la nominación. El único problema de Hillary, entonces, es Hillary. Envanecida, usó su correo electrónico privado para cuestiones oficiales mientras ejercía como secretaria de Estado. Añadió a su dudoso carisma una torpeza de novicia. Se le está poniendo un rictus cetrino, de chica vieja y redicha y o rectifica de forma dramática o acaba como la Raymond Poulidor de la política estadounidense.