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Hipocresía española

Es difícil ser español y, a la vez, policía o guardia civil. Y no te cuento si trabajas en la frontera. Aquí pasamos con pasmosa facilidad de la absoluta generosidad hacia el extranjero, al odio racial. De acuerdo con las encuestas, sólo un 30 por 100 de los españoles es resueltamente partidario de la inmigración, otro 30 por 100 es reacio y el resto mantiene una actitud ambivalente. Recibimos con desagrado al rumano que pide limosna o el nigeriano que vende bolsos sobre una manta y, a la vez, criticamos a los guardias civiles que afrontan las avalanchas de inmigrantes en Ceuta o Melilla. Nos desesperamos con las imágenes de Lampedusa, sin embargo nos resulta insufrible la vecina con chador. Semejante cinismo –adobado con un proverbial extremismo– pone al guardia civil en un sinvivir. Por un lado, debe garantizar la inviolabilidad fronteriza (para eso hemos puesto vallas); por otro debe evitar que los medios amplifiquen las expulsiones, porque se monta un follón. El punto álgido de la doble moral ha sido, desde hace 15 años, el asunto de los rechazos en frontera, también llamados expulsiones en caliente. La Ley de Extranjería garantiza abogado gratuito y traductor al inmigrante ilegal detenido. Sin embargo, el reglamento de 2004, elaborado por un Gobierno socialista, autorizó contradictoriamente devolver al emigrante que hubiese acabado de traspasar la frontera, sin necesidad de abrirle expediente oficial de expulsión. En 2005, siendo ministro José Antonio Alonso, una avalancha de 500 personas se saldó de hecho con cuatro muertos a tiros (dos de lado español) y 100 devoluciones en caliente. Llama la atención la protección que José Luis Rodríguez Zapatero dio a su ministro (argumentó que la valla era exactamente igual que un puesto fronterizo) y la dureza que emplea ahora el PSOE con el Ejecutivo del PP. Menudo escándalo ha originado la reforma de la Ley de Extranjería a través de la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, que por fin incorpora la figura del «rechazo en frontera» y da cobertura legal a los hombres que tienen que intentar que la gente desesperada no salte la doble valla y que, si lo hace, sea detenida y puesta de nuevo en Marruecos. Hipócrita llamo yo al que envía a un «número» en mitad de la noche a hacer frente a una ola humana, armada de palos, piedras y cuchillos, dispuesta lógicamente a hacer lo que sea para cruzar al mundo desarrollado, y luego lo acusa de violar los derechos humanos. Es fácil poner el grito en el cielo cuando la única relación que se tiene con el drama es el telediario.