Enrique López

Hipocresía interesada

La Razón
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Hace apenas dos días hemos vuelto a asistir en Cataluña a un nuevo capítulo en el que políticos afectados por actuaciones judiciales vuelven a denunciar lo que denominan una instrumentalización de la justicia al servicio de intereses partidistas; no es algo nuevo, estamos acostumbrados, unas veces dirigidas hacia la investigación policial, y otras veces al juez en concreto, intentando colocarlos ante la opinión pública en un lugar difícil, y de paso, aminorar la responsabilidad de aquellos que están relacionados con la presunta comisión de delitos, que es en realidad de lo que estamos hablando. Pero lo realmente paradójico surge cuando son los propios políticos los que denuncian la excesiva politización de los órganos más importantes relacionados con la Justicia y piden reformas que impidan esta situación, esto es, lo reclaman los más o menos responsables del actual status. Pero lo que muchos políticos no reparan es que esta valoración negativa se la trasmiten ellos mismos a estos órganos constitucionales. Si analizamos la evolución de las reglas del juego, podemos observar que en los albores de nuestra democracia la solución era la inversa, los políticos eran los buenos y los jueces los que había que controlar a través de los ejemplares partidos políticos que estaban construyendo nuestro sistema democrático. Con el paso del tiempo, el descrédito social en el que han caído los partidos políticos en general, y algunos políticos en concreto, hace que aquella relación sancionada en la Constitución se vea perversa, siendo los propios responsables de la misma los que la aborrecen. Ni eran tan buenos, ni son tan malos, lo que se requiere es cultura democrática y aceptar las reglas del juego con todas sus consecuencias, y no solo cuando favorezcan. Decía Lincoln que lo mejor que puede hacer un político a veces es cerrar los labios.