Historia

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Hooliganismo cofrade

La Razón
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Antonio Garrido ha producido una mini-serie de sketches cofrades, disponibles en Youtube bajo el título de «El palermasso» y altamente recomendables. Encarna el actor a un capillita irredento cuyo latiguillo preferido es, cerveza en mano, «eso lo arreglaba yo en diez minutos». Brillante como gag humorístico, desde luego, pero en absoluto extrapolable a la vida civil: nosecuantos mil bienintencionados ciudadanos han firmado para que se les impute un (delirante) delito de terrorismo a los malnacidos que sembraron el pánico en la Madrugada del Viernes Santo sevillano por pura diversión. Nunca es la demagogia buena consejera, y menos en contextos de alta volatilidad social. Atinan más el tiro, al modesto juicio del firmante, quienes ven en la gamberrada un reflejo amplificado de una decadencia que afecta en general a la moralidad y, más en particular, al sistema educativo. Porque, nadie se engañe con falaces preceptos buenistas, el niño que no aprehende en la escuela conceptos básicos como «autoridad» o «respeto» tiene muchas papeletas para convertirse luego en un adolescente energúmeno y un adulto delictuoso. La tarea más importante, pero más ingrata, del poder es establecer límites. Sin embargo, también las víctimas principales de estos incidentes (más allá de los heridos, claro), son las hermandades, y éstas deben tomar conciencia de su responsabilidad alícuota porque despojar a la Semana Santa de su sentido primigenio y único, el religioso, supone convertirla en un mero espectáculo de masas. Justo ahí surge el hooliganismo que, cada cual en su medida y grado, cultivan tanto los canis desarrapados como los hermanos mayores intransigentes. Monseñor Asenjo lleva años intentándolo explicar pero predica, el pobre, en un desierto de folklore y ombliguismo.