José María Marco

Horizonte constitucional y español

La Razón
La RazónLa Razón

El resultado de las elecciones celebradas ayer en Cataluña en clave plebiscitaria resulta clara. Los independentistas no han logrado la mayoría absoluta. Han ganado los partidarios de que Cataluña siga en España. La independencia ha sido derrotada. Este hecho coloca a los partidos constitucionalistas, en una posición particularmente delicada. Les va a tocar gestionar una situación que constituye una derrota para el «procès» de independencia y para el proceso más largo de nacionalización de Cataluña.

La sociedad catalana está rota, pero no se ha roto por donde los independentistas querían. La parte que les queda a las fuerzas constitucionalistas es relativamente pequeña, porque hay que restarle el porcentaje que se va a la extrema izquierda de Podemos, pero es suficiente para afirmar que el cambio que se ha producido en Cataluña en estos últimos años no ha favorecido a los independentistas.Al contrario, ha consolidado un bloque de votantes catalanes españoles que ha encontrado en las propuestas no independentistas una representación.

El respaldo mayoritario indica que la ecuación España – Cataluña se resuelve sin problemas para la mayoría. Es lo primero que deben tener en cuenta a partir de hoy C’s, el PSC y el PP. Otro dato es que de las dos organizaciones que la crisis ha hecho emerger, los votantes han optado por la que ha propuesto una renovación moderada (C’s), y no por aquellos extremistas que proponen una ruptura a lo Syriza. El voto partidario de que Cataluña siga en España ha encontrado la manera de organizarse en torno a opciones templadas, sin caer en radicalismos. Así quedan reforzadas las opciones constitucionalistas. Frente a la caótica amalgama independentista, con dificultades insalvables para formar un gobierno duradero, las fuerzas constitucionalistas que se han presentado sin formar un frente, crean un nuevo centro. Y éste, como siempre ocurre en Cataluña, tiene por eje la integración en España y la Constitución.

La Constitución no es España, pero no hay forma de entender cualquiera de las dos por separado. Ésta debería ser otra de las lecciones de estos comicios. Las fuerzas no independentistas han conseguido construir un espacio propio porque han jugado la carta de la política. Conforman, más que una fuerza, una posición en la que conviven intereses, sensibilidades –como se dice –y formas de pensar distintas. Son centristas –desde la izquierda o desde la derecha – porque son españoles y porque no renuncian a la diversidad en aras de la unanimidad nacionalista.

Así que ha llegado el momento de comprender que los nacionalistas no deben ya seguir siendo los aliados estructurales de los gobiernos de España, cualquiera que sea el color político de éstos. Y esto requiere que se establezca un pacto renovado en torno a la Constitución. No para impedir una reforma, sino para sacar la Constitución de la arena partidista. La Constitución es la forma política de la nación española, y los catalanes que quieren seguir siendo españoles han dejado bien claro que ya no se puede frivolizar con una refundación de España basada en el cortoplacismo de los intereses de partido. Frente a la pulsión destructiva de los nacionalismos, acaba de ganar la apuesta civilizada, integradora y abierta. La nación española. No es una situación fácil, porque los partidos nacionales no están acostumbrados a enfrentarse a una responsabilidad como ésta. Y sin embargo, es una oportunidad de oro para quien quiera pasar a la gran historia de España. Habrá que ver si alguien tiene la altura de miras suficiente.