Alfonso Ussía

Huevos contra nadie

La Razón
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Un monumento ecuestre sin la cabeza del jinete no representa a nadie. Contemplar la fotografía de una mujer desnuda con su rostro cortado por la tijera, carece de todo interés. No es una mujer, sino un cuerpo mutilado de mirada y de vida. Ada Colau y su argentino están empeñados en protagonizar toda suerte de necedades. Me preguntaron, cuando eliminó el Ayuntamiento de Barcelona el paseo «Joan de Borbó» si me sentía molesto con la medida. Y respondí que no. Nada molesto. Jamás conocí a nadie llamado Joan de Borbó. Me extrañó que tuviera un paseo tan amplio y bello junto al mar, pero no me detuve a averiguar de quién se trataba. El argentino lo sabrá.

Ahora exponen en la calle un monumento ecuestre de un señor descabezado. Dicen que es Franco. Y creo que no. Franco murió con la cabeza puesta. Un grupo de hijos de aquellos que aclamaron a Franco, un grupito, recibió al jinete decapitado a huevazo limpio. Duró poco el lanzamiento de huevos contra el caballo porque los heroicos lanzadores habían comprado pocos. La pela es la pela. Uno de los wilfredos vellosos sostenía en su mano izquierda una cajita en la que no cabía ni media docena de huevos. Es decir, que su batalla contra nadie concluyó en apenas tres minutos. El pobre caballo se llevó todos los huevazos de los huevones. Y el caballo conserva la cabeza, detalle que merece una pregunta a la alcaldesa de Barcelona o en su ausencia, al argentino. ¿Les parece correcto que los ciudadanos de Barcelona se líen a huevazos con un pobre caballo que no les ha hecho nada? Porque el jinete, según ellos Franco, podía ser cualquier militar de los que fueron jubilosamente aclamados por una multitud de barceloneses cuando Barcelona fue recuperada por los nacionales. Entre ellos estaba Antonio Mingote, que la había tomado en soledad dos días antes que el grueso de las tropas. Cuando llegó al domicilio de su madre para abrazarla, y no pudo hacerlo porque su madre se hallaba en Sitges, con la misma educación que había tomado Barcelona, la abandonó. Porque ese detalle lo tienen que saber los héroes que tiran huevos a los jinetes de bronce y sin cabeza. Que un soldado español, el requeté Antonio Mingote Barrachina, se atrevió a tomar en soledad una ciudad tan grande como Barcelona, y lo hizo con su uniforme y su estrella de alférez, y los viandantes con los que se cruzó, no le tiraron huevos, sino abrazos y besos. Contaba divertido el genio que algunos, al verlo por las calles de Barcelona con su boina de requeté, corrieron por la calle Muntaner como asustados conejillos, al grito de –¡Han llegado, han llegado!. Pues no. Llegaron, en efecto, dos días más tarde. Mingote llegó solo.

Suponiendo, que es mucho suponer, que la cabeza del jinete decapitado fuera la de Franco, me atrevo a poner en duda la valentía de los huevones. Lanzar huevos con más de medio siglo de retraso a un monumento de bronce, sinceramente y sin el menor deseo de contrariar sentimientos separatistas o republicanos, no es acción digna de hombres. No sé lo que pensaría el adjunto argentino a Ada Colau, si a estas alturas del siglo XXI seis o siete ciudadanos de Buenos Aires se lían a huevazos contra un monumento al general Perón, con o sin cabeza, probablemente lo segundo porque no la tuvo nunca, excepto para robar. Y gracias a Franco, que le concedió asilo, no lo corrieron los argentinos por La Recoleta, como muchos de ellos deseaban.

Lo que más me ha extrañado de los lanzamientos de huevos contra el jinete sin cabeza ha sido la poca expectación callejera que ha motivado el acto. Una expectación descriptible. Habrá que recomendarle al argentino que para la próxima exposición cultural mejore su nivel de convocatoria. Al fin y al cabo, un argentino que llega a España en 2009 y en 2014 se convierte en separatista catalán, no ofrece un perfil de seriedad determinante. Siete héroes lanzando huevos a un caballo de bronce no puede considerarse un éxito total.