Alfonso Ussía

Huevos estrellados con tomate

La Razón
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España venció en cordura el pasado domingo, y perdió contra Italia en la Eurocopa. Séame permitido aplaudirme porque lo advertí pocos días atrás. Italia jugó con su elegante y tradicional equipamiento azul. El azul se distingue del colorado o rojo con gran facilidad, exceptuando a los daltónicos. El árbitro no padecía de daltonismo. España volvió a lucir la gran horterada de su segunda equipación diseñada por Adidas, el peluquero de Ramos, la sobrina de Villar y el primo lelo –como Garzón–, del Secretario de Estado de Deportes. Esa equipación absurda e innecesaria precisa de explicaciones, y siempre que las explicaciones no se presentan o no se entienden, se singularizan en una sola: Aquí hay gato encerrado, o dinero, o comisiones, o pasta a repartir, o cesión infumable de los colores tradicionales de España en beneficio de una marca de ropa deportiva. En resumen. El dinero manda.

Italia de azul y España de blanco con motivos de huevos estrellados sobre tomate. Así no se puede ganar. Esa camiseta, se ha demostrado, es gafe. Gafe, contragafe, sotanilla y manzanoide, que son las cuatro categorías científicamente aceptadas de la gafancia. Si a las destructivas condiciones del mal agüero se añade la necedad y lentitud de Ramos, la cabriolera ensaimada mental de Nolito, la tristeza contagiosa del sosaina Morata y el empecinamiento en sus errores del marqués de Del Bosque y sus ayudantes, nos hallamos ante una empresa imposible. Ganar a Italia, que no parece sometida a las marcas deportivas, que juega con inteligencia, que sabe de la diferente apreciación de la velocidad que tienen la gacela y la tortuga, y que no se juega su futuro amparada en los pésimos augurios. La elegancia y el buen gusto, además del respeto por la tradición, siempre triunfan sobre la horterada empecinada de una marca deportiva que ha suplantado la personalidad de la selección de España. No me lo explico, y sospecho –tengo todo el derecho a hacerlo–, que detrás de las bambalinas hay dinero. Me encantaría que me lo explicara algun día el señor Cardenal, a quien no conozco pero amigos comunes nos sobran.

Jugaba un equipo vestido de blanco con salpicones de huevos estrellados con tomate, cuando la mitad de las gradas del Estadio parisino de Saint Denis, era ocupada por decenas de miles de seguidores con la camiseta tradicional de España. A la rueda de prensa previa al inicio de Wimbledon, nuestra campeona Garbiñe Muguruza se presentó con la camiseta de la selección de España. Y llega la selección de España y elige el blanco con huevos estrellados con tomate para jugar contra Italia, que al igual que Croacia, nos dio por retambufa por mercenarios y horteras. ¿Quién decide la equipación? ¿Cuánto paga Adidas por desequilibrar la tradición de una camiseta tan gloriosa? ¿Quiénes perciben el dinero? Al final, lo inevitable. El gafe no descansa. España perdió porque Italia fue mejor, y porque Italia se pareció a Italia, mientras los nuestros jugaban disfrazados de polichinelas con mal gusto.

Sea enterrada para siempre la camiseta hortera y gafe, y condenado a cadena perpetua –sin revisión–, el insoportable juego del «tiqui-taca», que aburre a las más aburridas de las ovejas. Y sea explicado el desajuste inexplicable de la equipación segunda cuando la primera no compite con el color del adversario. Explicación que se traduce por algo elemental. El interés comercial, el masaje económico,interés y masaje podridos al lado del respeto por la tradición.

Antes de salir, ya habían perdido. Por gafes. Y por otras cositas.