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La Razón
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El otro día, a cuenta del gobierno en el exilio de Puigdemont, hice en la tele un chiste sobre Bélgica. Dije, más o menos que, puestos a elegir lugar de destierro, quizá Bruselas no sea el lugar indicado, quizá no fuera el que yo escogería, quizá para irme obligado de mi tierra siempre buscaría algo mucho mejor, más placentero, con menos sopas, cielos grises, con menos patatas fritas y sin tantos mejillones. Miren, todo eso a mí me importa un bledo, simplemente trataba de caricaturizar esa parte de nuestro continente tan políticamente correcta, tan cínica, tan alejada del piso de protección oficial, no me interesa absolutamente nada. Es más, los modales versallescos me provocan una alergia y un picor enorme. Vaya por delante que a mí, esa Europa primermundista, privilegiada, distanciada de la realidad, repleta de edificios grandilocuentes y fastuosos, habitada por funcionarios que escudriñan nuestras miserias, dedicada en cuerpo y alma a argumentar su autoridad moral en lo que fue, en su historia, en sus guerras y en sus horrores, no me interesa absolutamente nada. Me escribió enseguida una señora para afearme mi desdén, mi ignorancia y mis ingratitudes a una tierra que en su día acogió a miles de españoles inmigrantes. Puestos a ofender, la verdad es que, sin saberlo, somos los mejores. La señora comunicante me preguntaba si, puesta en la situación contraria, yo hubiera soportado que despreciaran a mi país. Y a la señora le dije que sí. Que lo soportaría. Y que de hecho lo he soportado durante mucho tiempo y que, sin embargo, hemos hecho de la necesidad virtud. Señora, le contesté, yo soy de Albacete. Le recuerdo que Albacete no es precisamente Bruselas. Que nos han faltado al respeto históricamente y con rima. Que hay muchos españoles que no han pasado ni se han interesado jamás por pasar por ahí, que no saben ni dónde estamos, ni cómo somos. Que nos tratan como a paletos y que hemos hecho de eso una forma de humor áspero y una forma de vivir la vida excesiva y bizarra, pero completamente feliz. Oigan, es que nosotros esto de la identidad lo llevamos de otra manera. Quédense con Bélgica que yo me quedo con Albacete. Y pongan algo de ironía a todo, como si fuera sal.