Ángela Vallvey

Humor

La Razón
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El mal humor es una enfermedad social, con carácter de epidemia según dónde, que (des)ordena el mundo moderno, a la vez que lo contamina, en categorías de mala fondinga. La persona malhumorada es portadora de una carga energética (negativa, claro) que va transmitiendo a impulsos sádicos, en amperios de cabreo pistonudo. Cuando un malhumorado entra en contacto con un prójimo, le sacude un zurriagazo de mala sombra y el afectado recoge ese malestar, carga con él como si acabase de partirlo un rayo y estuviese electrificado, y se recuece en un gran fastidio hasta que, a su vez, se tropieza o encuentra con un tercero, y le traspasa el fardo rebosante de ardor hosco. Todo lo cual forma una cadena interminable de antipatía, tosquedad y acritud que desasosiega al mundo. Por si en la vida no hubiese bastantes motivos de disgusto, hemos de sumar la agria destemplanza que añaden los antipáticos para convertir la existencia –la propia, pero sobre todo la de los demás– en un maldito infierno. Un solo sujeto agrio en la meseta española puede acabar siendo el causante de que se desencadene una guerra civil en las Islas Maldivas. Porque hay una especie de «efecto mariposa» con el cabreo cuyos efectos no podemos desdeñar. La vida es un sistema dinámico y caótico, y un acontecimiento nimio, como puede ser que un señor con mostacho tenga muy mala leche y le grite sin razón a su subordinado, podría alterar a largo plazo una secuencia de acontecimientos de inmensa magnitud. Y de la misma manera en que, según Lorenz, el aleteo de una mariposa en Brasil puede provocar un tornado en Texas, la bronca mañanera de un acomplejado podría desencadenar una tormenta iracunda que acabe convirtiéndose en portada de los noticieros. Las personas con mal humor no son felices, y están empeñadas en que los demás tampoco lo sean. La única generosidad que poseen es esa: la de compartir el vinagre de su existencia de forma magnánima. Quien tiene mal humor solo obtiene recompensa repartiendo negrura desde que amanece. El sistema de valores de la vida es tan complejo e inestable como el de la bolsa, pero el malafondinga profesional suele ser un elemento desestabilizador con el que se puede contar para hundir el honrado afán de la alegría. El cabreado profesional cotiza a lo bajuno. Los malhumorados son un error ínfimo de la naturaleza. Pero siempre producen efectos catastróficos.