Alfonso Ussía

Iceta y la reflexión

La Razón
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No creo en la jornada de reflexión previa a unas elecciones. Se trata de una estupidez democrática. ¿Qué se reflexiona? En toda persona normal con capacidad para elegir su opción preferida, el voto está ya decidido. A la jornada de reflexión habría que denominarla jornada de alivio. El alivio que procura en todo ciudadano con derecho al voto, el final de la campaña electoral. El final de las representaciones políticas. Los mítines, los abrazos, los besos a los niños, los insultos, las visitas a los mercados populares, y de nuevo, los mítines, los abrazos, los besos a los niños y los insultos.

Pero entra en el juego electoral, con sus normas pactadas y su silencio asumido. Durante la jornada de reflexión en Galicia y el País Vasco, en Cataluña se celebraba el Día de la Flor, o algo parecido. En Cataluña se celebran unos días muy raros. El de la Diada monárquica, por los republicanos y separatistas que rinden homenaje a una derrota. El Día de la Flor, en el nacimiento del otoño, cuando las flores de los campos se han escondido y las que resisten después del verano se muestran secas y afligidas. No era jornada de reflexión en Cataluña, ni en Madrid, ni en ningún otro lugar que Galicia y los tres territorios vascos. Pero la cortesía impera y se respetó el silencio, exceptuando a los socialistas de Sánchez e Iceta –los que buscan el pacto con los bolivarianos y los independentistas–, que convirtieron el Día de la Flor en el Día del Histerismo.

Para mí, que Iceta había desayunado un par de botes de «Red Bull», o venía de una juerga, o se hallaba en un trance de episodio histérico por alguna contingencia personal. Estaba muy nervioso.

Rogó «por Dios» a Sánchez que resistiera y que terminara de una vez por todas con Rajoy. ¿Qué le ha hecho Rajoy a Iceta para que se ponga tan burro y desbocado? Lo que más desalentó a Sánchez, que ya es de por sí la imagen del desaliento, fue lo de «por Dios». Con lo que le ha costado a Sánchez eliminar a Dios –al cristiano, que con alá no se atreve–, de sus paisajes, y llega Iceta y le ruega «por Dios» que resista. Iceta daba saltos, mientras hablaba, y se acurrucaba, y se estiraba hasta que no daba más de sí –o más bien, de no–, y movía los brazos como un autogiro, ágil y gordinflón, bastante gracioso si se aprecian las imágenes sin sonido. Era Louis de Funés resucitado, y nada tengo en contra de ello porque me incluyo entre los entusiastas seguidores del gran cómico francés. Y Sánchez, que es una tristeza que anda, una crispación que se mueve, un rencor que viaja, recibió de Iceta la fuerza que le falta, la inyección de energía que precisa para reunirse mañana con los bolivarianos, los independentistas e incluso, con los de Bildu, para cumplir con el ruego «por Dios» de Iceta, que por otra parte y sin que tenga que ver con la jornada de reflexión, tiene muslos de seminarista de los años cuarenta.

Y no se trató de una picadura de avispa, de tábano o de abeja retrasada. No se trató de un picor imprevisto e inarrascable. Siempre pica donde la mano no llega, y los brazos de Iceta no son los de Michael Jordan, que mitiga cualquier picor molesto con un simple acercamiento muelle de su extremidad al punto picajoso. No, nada de eso. Pero Iceta estaba más allá de su ser, víctima de un arrebato devoto que le hacía implorar «por Dios» que Sánchez enviara a Rajoy a las mazmorras del Maligno con un rechinar de dientes. No recuerdo escena igual protagonizada por un político en público. Quizá la de Celia Villalobos cuando le llamó «inútil» a su conductor por no tener el coche dispuesto y en la puerta. Pero apenas duró cinco segundos la regañina. Lo de Iceta, el Día de la Flor, es para guardarlo. ¡Por Dios!...