Crisis en el PSOE

Iconos intocables

La Razón
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Su ejemplo y el de sólo unos pocos más te reconcilian con el mundo. Viendo jugar a Rafa Nadal gritas con él, sudas, sufres, sueñas. Encandilan su pundonor, su coraje innato en la mirada, su espíritu de ave fénix, su sonrisa noble, sus gestos y discursos, gane o pierda. Nació Nadal, impecable, para levantar a las almas de los asientos y encadenar aplausos encendidos. Nació para brillar y unificar sentimientos en un país maravilloso que, en vez de valorarse, arrastra la mala costumbre de mirarse el ombligo, buscar motivos de fricción y criticar al de al lado cada vez que despunta. Federer maneja la raqueta como un dios pero Nadal, patrimonio inmaterial, se crece y, gane o pierda en ese olimpo, nos sigue ofreciendo motivos para alimentar el orgullo patrio. Justo lo contrario nos ocurre con buena parte de nuestra clase política.

Quién te ha visto y quién te ve, PSOE. Los buenos deportistas unen países, los malos políticos los separan. Mirad dentro de casa, desordenada la izquierda ahora que Podemos ha «sorpassado» al socialismo, ahora que Sánchez ha vuelto para recuperar su programa del «no es no», furtivo en manos de López; ahora que Susana Díaz no sabe si su piscina está vacía y se plantea quedarse en el bordillo y apoyar a un tercer candidato de su cuerda. Ahora mismo, en este PSOE, no descartaría desenlaces inéditos.

Si yo fuera militante socialista estaría rogándole a Javier Fernández que reconsiderara su postura y se mudara indefinidamente a Ferraz. ¿Qué son setenta años? Los sesenta de antes. He ahí a Clinton y Trump, los dos de su quinta, señor Fernández, a diario en las redes sociales. Más aún el impulsivo sheriff mundial. Cómo no cogerle manía si cada jornada, a eso de las dos de la tarde, las seis de la madrugada suyas, este hombre se levanta y tuitea cualquier barbaridad, obligándonos a cambiar el guión del informativo contrarreloj. Instándonos a informar de sus salidas de tono, de sus muros y deportaciones, de las continuas protestas que genera, de sus primeros bombardeos en Yemen.

Así es, los malos políticos desunen a los pueblos y el señor Trump encarna el extremo y perfecto ejemplo atacando, incluso, a iconos intocables de su propio país. Llamar actriz sobrevalorada a Meryl Streep y asquerosa a Madonna me suena tan indignante como un insulto a Rafa Nadal. ¿De qué no será capaz este personaje? Miedo me da.