Alfonso Ussía

Implosión

La Razón
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El abandonado Baltasar Garzón ha implosionado. Se ha roto hacia dentro con pretensión de estruendo. Apenas ha sonado un pitido. Según la RAE, en su segunda acepción, la implosión es un fenómeno cósmico que consiste en la disminución brusca del tamaño de un astro. Garzón ha experimentado esa brusca disminución. No está. Desde que, por unanimidad de los componentes de la Sala del Tribunal Supremo, fue inhabilitado por prevaricación, definiéndolo en la sentencia como «arbitrario», «totalitario» y «laminador», su predisposición a la caída en el vacío ha sido determinante. Para colmo, ha perdido sus canonjías americanas, y sus conferencias se contratan a la baja. No es lo más grave. Ha dejado de interesar a los interesados, y no lo convidan ni a cazar en las monterías de Córdoba y Jaén, ni le envían las empresas taurinas los sobres con localidades de burladero o barrera. Hace unos años, Garzón no se perdía un festejo taurino de tronío y era saludado y reverenciado por autoridades y empresarios. Su poder e influencia eran tan grandes, que ni los de PACMA le afearon su condición de montero y su demostrada pericia para detener en seco las carreras de los venados, muflones y jabalíes perseguidos por los perros de las rehalas de Andújar. Garzón era intocable, hasta que se tocó a sí mismo y se echó a perder. Esa fatuidad inflada por su vanidad, esa estrella dibujada por la sociedad menos pensante, ese batiburrillo de elogios provenientes de todos los rincones, hoy se han desinflado, desdibujado y silenciado. Y sufre de un atosigado síndrome de abstinencia de elogios e invitaciones. No hay metadona para la soberbia afligida o la vanidad deshabitada.

Garzón ha sido un eficaz administrador de su imagen. Y ha sabido hallar los asuntos puntuales que le proporcionaban la popularidad que toda estrella, por efímera y fugaz que sea, precisa para iluminar su ego. Tiene todo el tiempo libre, y los días son muy largos cuando no hay nada que hacer, barrera o burladero que calienta un culo ajeno, o invitación que no llega para la berrea o las cercanas monterías. Su despacho en la Audiencia Nacional lo ocupa otro juez y a Cristina Kirchner, de soltera Fernández, le han dado boleto en Argentina. Con tanto tiempo disponible, Garzón ha ideado un proyecto que puede devolverle, durante una semana o dos, la popularidad perdida entre los que cree suyos. Y ha solicitado al Tribunal Supremo que proceda a desenterrar los restos mortales de Franco y José Antonio con el fin de sacarlos del Valle de los Caídos. Se me antoja una falta de respeto para con los magistrados del Tribunal Supremo tan extravagante solicitud. El Tribunal Supremo no es una funeraria, aunque fuera el responsable del fallecimiento judicial de Garzón.

Esa obsesión de la izquierda resentida de mover huesos carece de sentido común. A Garzón no le interesó ordenar que se movieran los huesos de los más de cinco mil inocentes asesinados por el Frente Popular en Paracuellos del Jarama. Comparten y conviven en su quietud desde hace más de ochenta años con los huesos de otros compañeros de martirio. Son huesos de abuelos, de padres, de hijos. Más de tres decenas de menores de edad y niños que fueron pasados por las armas por ser hijos de militares. Huesos de padres de familia, de cristianos que no aceptaron cambiar su vida por la renuncia de su fe, huesos incrustados en los endecasílabos de Quevedo, el jodido estevado. «Alma a quien todo un dios prisión ha sido,/ venas que humor a tanto fuego han dado,/ médulas que han gloriosamente ardido, / su cuerpo dejarán, no su cuidado;/ serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, más polvo enamorado».

Todos los huesos se juntan en la muerte y merecen el respeto y la reflexión, no el odio. Garzón odia, porque viene de la acumulación desbordada de sus fracasos. No ha explosionado su vanidad, sino implosionado su soberbia. Se ha reducido, y pretende crecer de nuevo con una petición absurda. La buena educación no admite la venganza contra los huesos de nadie. Los huesos no se defienden. Las tibias no hablan. Fueron vida y ahora son tierra. Orientar el odio hacia la tierra es más que una majadería y una destemplada represalia. «Espacio de Memoria», dice pretender. Creo que lo mejor que puede hacer Garzón es detener su implosión continuada y convertirse en alguien o en algo. La «Memoria» no le pertenece. Ni a unos ni a otros. Dejemos a los huesos en paz.