Ángela Vallvey

Inciertos

La Razón
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Es tiempo de incertidumbres. El ser humano soporta mal la inseguridad que conlleva no poder hacer planes a medio o largo plazo, no saber si donde pisa es lugar seguro, o tal vez se hundirá la tierra bajo sus pies en cualquier momento. Una buena parte de la inestabilidad que enfrentamos en nuestros días se puede atribuir, pues, a la inquietud por el mañana. Cuando el presente parece poco confiable, todo el mundo duda de que la cosa pueda mejorar en el futuro, de ahí que la angustia se multiplique en el corazón, en el ánimo. La vileza del pretérito imperfecto que se ha vivido, sospecha el más pintado, solo puede acarrear bajeza en el futuro pluscuam-imperfecto que aguarda. Eso debía pensar Juvenal, que escribía sátiras para dejar bien exhibidos, resumidos pero ostentados, los vicios, perversidades e impudicias de su época. «¿Qué infamias, qué maldades inventarán mayores, que estas que vemos hoy, nuevas edades...?», se preguntaba, pesimista, el hombre. Se dice que debió escribir tal en tiempos del emperador Domiciano, que siempre ha tenido muy mala fama, y que no contó con un buen gabinete de comunicación: era francamente detestado y tenido por un tirano cruel de esos que hacen florecer en su momento todo tipo de intrigas, vicios, crímenes..., que fomentan la creación de un ecosistema político donde prospera una fauna cortesana en la que predominan los delincuentes, espías y delatores. Si bien, la tendencia actual es propicia a poner en cuestión las fuentes clásicas, que reprobaban a Tito Flavio Domiciano, y ahora se dice que el emperador resultó malo sobre todo por comparación con los que le sucedieron, los «Cinco buenos emperadores». Y es que eso de ser emperador o tirano es como todo, que depende de con quién se coteje uno. En cualquier caso, es cierto que la perplejidad y la duda ante el futuro tiene que ver con el presente. Resulta muy difícil ser optimistas ante lo que vendrá, y atisbar aguas claras, cuando nos encontramos varados, y tragando cieno, en medio de un barrizal. Lo peor de lo malo es que el mañana nunca muere, de manera que la duda que genera resulta eterna asimismo. Pero lo mejor es ser optimistas, porque siendo el porvenir el enemigo, tampoco hay que olvidar que el futuro, en realidad, no existe. De modo que poco puede dañarnos. Todavía. Además, aunque parezca increíble, históricamente hablando, nunca habíamos estado mejor...