Alfonso Ussía

Inmensa pena

La Razón
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He tenido la suerte de navegar en dos ocasiones el Atlántico, desde Cádiz a La Guaira y desde Lisboa a la isla de Guadalupe. Y me dieron mucha pena los españoles. ¡Qué cobardía la de los españoles, lanzándose a tan ridícula aventura! He tenido la oportunidad de conocer La Florida, Los Ángeles, San Francisco, Nueva Orleans, Nuevo México, y por añadidura, México, Venezuela, Colombia, Perú, Argentina, Uruguay, Puerto Rico... y ahí, a decenas de miles de kilómetros de España, tuve la desagradable sensación de entenderme con todos los que me hablaban... Y me dieron pena los españoles. Probé en Nueva York a dirigirme con torpeza y menguado conocimiento del catalán a los recepcionistas del hotel, a los dependientes de las tiendas, a los acomodadores de los teatros y a los taxistas neoyorquinos. Y no me entendían. Pero cuando lo hacía en español, casi todos en español sabían responderme. Y sentí mucha pena por los españoles. Con Miguel De la Quadra-Salcedo, en un descampado de la selva del Amazonas en el Estado brasileño de Pará, asistí a un partido de fútbol disputado por niños indígenas. Todos iban desnudos, y sólo los capitanes llevaban una camiseta. Casualmente, la camiseta de la Selección española y la del Real Madrid. Y me dieron mucha pena los españoles. No me gusta presumir, pero doy divinamente las conferencias. Tengo facilidad de palabra y la libertad anclada en mi ánimo. Y soy un español que conoce todas las capitales de provincia de España y muchas ciudades, pueblos, aldeas y barrios. Cuando vi por vez primera la Plaza del Obradoiro, sentí mucha pena por los españoles. Lo mismo que las murallas de Ávila, el acueducto de Segovia, la piedras rosadas de Salamanca y su Plaza mayor, las catedrales de Sevilla, Burgos, León y Oviedo. Las Reales Atarazanas de Barcelona, y claro, el pobre Museo del Prado, o la ermita de San Antonio, o el Palacio Real de Madrid. ¡Qué pena me dieron los españoles! Y los Reales Sitios que a Madrid rodean. El Escorial, Riofrío, la Granja de San Ildefonso, Aranjuez... ¡Qué pena sentí sabiéndome español! Y qué tristeza la de leer a Cervantes, Quevedo, Góngora, Villamediana, Calderón, Gracián, los grandes del Noventayocho y los gongorinos reivindicadores del Veintisiete, desde Alberti a Cernuda, Lorca, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, y el mismo Fernando Villalón... ¡Qué pena sentí por saberme español! Como en los museos del Ejército y Naval, donde se resume toda nuestra Historia. ¿Qué pena! Y qué desagradable admirar la pintura de Velázquez, de Goya, de Zurbarán, Del Españoleto, de Carreño, de Claudio Coello, de Sorolla y de Picasso... ¡Qué pena más intensa e inmensa padecí! Y los paisajes. Esa nación que es mar y campo, dehesa y sierra, páramo y bosque, y que cambia de golpe en una curva de la carretera, o de un camino o de una senda. Y esas iglesias románicas perdidas a centenares en los altozanos de Castilla, La Montaña, Asturias, Galicia, León y... Cataluña. ¡Qué pena ser español!

Aunque él no quiera ser español y los españoles le procuremos desprecio y pena, habrá que darle la razón a un tal Pere Soler. Les ayudo a situarlo en sus mentes. Pere Soler es el nuevo Jefe de los Mozos de Escuadra, cuerpo policial catalán creado por el Rey Felipe V, precisamente Felipe V, que es mala suerte. Pere Soler siente mucha pena por los españoles. No somos nada. Ni fuimos santos, ni fuimos guerreros. Ignacio de Loyola, Francisco Javier, San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Fray Luis de León... y Blas de Lezo, –que combatió en Barcelona del lado del creador de los Mozos de Escuadra–, Zumalacárregui y Colón, Cortés, Pizarro, Alvar Núñez Cabeza de Vaca...! Qué pena, Soler, qué pena! Entiendo su desprecio hacia España y los españoles, incluidos a los que usted manda en estos momentos, casi todos ellos leales a la Constitución que juraron para vestir sus lucidos uniformes. La Historia de la Milicia, de la Aventura, de la Navegación, de la Arquitectura, de la Literatura, la Pintura, la Poesía, la Religión, la Ingeniería, la Música, la Escultura de España y los españoles es para dar pena. La nación más fuerte y poderosa del mundo, según Bismarck. «Hay españoles que llevan seis siglos intentando destrozar a España y no lo han conseguido».

Y ahora, un asno de aldea, un cateto del separatismo provincial, ha tomado el relevo de los fallidos destructores. El traidor se llama Pere Soler. Le damos pena los españoles. Se le enseña una mano, se levanta el dedo corazón y se le dedica una butifarra.

Paleto y gentuza.