Alfonso Ussía

Ínsulas y rintintín

La Razón
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En España se habla mal. Se tergiversan los significados de las voces. Los redactores de las noticias de un programa informativo le gastaron una mala pasada a la presentadora del mismo, que es culta, leída y estupenda escritora. Riadas torrenciales en Perú. Muerte, ruina y desgracia. Y la periodista que lee el texto editado: «Una catástrofe humanitaria». Lo humanitario y lo catastrófico están reñidos. Humanitario se traduce por «beneficioso para la humanidad», y por ello, la muerte, la ruina y la desgracia pueden constituir una catástrofe humana, o económica o social, pero jamás humanitaria. Se lo oí no hace mucho a un chico que no escribe mal en un periódico. «Lo peor de Trump es que tiene muchas ínsulas». No sabía que Trump coleccionaba islas. Si es propietario de más de cinco islas, la frase es correcta. Pero no iban por ahí las intenciones. El chico, muy de izquierdas y políticamente correcto, confundió ínsulas con ínfulas, es decir, la vanidad pretenciosa. El colofón, la guinda a su análisis de Trump es merecedor de homenaje público. «Me cae fatal por ese rintintín que tiene al hablar». Rintintín es un perro. Creo recordar que un pastor alemán al servicio de la justicia en tebeos y películas de ficción. Servía en su origen en la Caballería norteamericana, los regimientos de «casacas azules», y su propietario era el cabo Rusty, que le decía cariñosamente «Rinti». Lo que le cae mal de Trump al culto y joven escritor puede ser el retintín, el tonillo o modo de hablar para zaherir a alguien, pero no el Rintintín, el perro justiciero que siempre aparecía en el instante más oportuno para derribar al malo que se disponía a disparar contra el bueno.

«Me ha costado un huevo de la cara» o «se me han puesto los pelos de gallina» son frases hechas de uso muy común. En la cara no hay huevos y las gallinas no tienen pelos, pero da igual. Lo correcto sería «me ha costado un ojo de la cara» o «se me ha puesto la carne de gallina», porque en la cara hay ojos y las gallinas tienen esa carne granulada que por una impresión o una caricia puede transformar de manera efímera la piel del ser humano. Un atardecer de verano, ya el sol escondido y el calor suavizado. Cantan grillos y cigarras, el sonido armónico del campo vivo. La dueña de la gran finca toledana, cuarenta años más joven que su marido, el propietario, no puede reprimir su emoción y suelta briosa su contento: «Nada me gusta más que el canto de las cigalas». Un invitado matiza: «A mí lo que más me gusta de las cigalas es el cuerpo bien cocidito»; y ella remacha: «¡Qué asco!».

Lo sostenible ha arrinconado a lo estable. Influenciar se ha apoderado del verbo influir, convirtiendo en influenciado lo sencillamente influido. La prohibición del lenguaje directo nos ha convertido en memos parlantes. Prohibido «hacer el indio», «ponerse negro», «cegarse de ira», «ver todo rojo», y para tranquilizar al personal anunciar que «no hay moros en la costa». Si un amigo falla, para definir su comportamiento sin rozar los límites del delito, se debe evitar la frase «se ha portado como un perro». Y el maricón del Siglo de Oro es simplemente un gay en el veintiuno, porque maricón parece resultar ofensivo y gay suena a elogio moderno. Claro, que una sociedad que para elevar al máximo prestigio a uno cualquiera usa de la oración «es un tipo de puta madre», es capaz de cualquier cosa.

Conclusión. No hay catástrofes humanitarias, los que tienen ínsulas son propietarios de islas, Rintintín es un perro y, lamentándolo mucho, no hay huevos en la cara ni las gallinas tienen pelos. Seamos respetuosos con la libertad y el acierto en el uso de nuestro maravilloso idioma.