Restringido

Inteligencia tirana

La Razón
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Los tiranos, para mantenerse en la cumbre de la tiranía, tienen que ser inteligentes. La inteligencia y la frialdad resumidas en el mal ajeno crean la más eficaz arma de los tiranos. El temor. Un tirano termina por convertirse en un cotilla que sólo asume las buenas noticias de sus aduladores. Quevedo lo definió: «El tirano sólo estima al que le ha dado noticia de más enemigos, y sólo tiene por sospechoso al acusador que deja de acusar a alguno». El tirano inteligente conoce sus límites y sabe de sus riesgos, mientras el tonto se cree intocable. Se convierte en un megalómano ridículo, y disfruta con el elogio desmedido y la lealtad interesada. La estética es importante, porque establece la distancia entre el opresor y el pueblo oprimido. Los dos grandes tiranos de la Historia contemporánea, Stalin y Hitler, recurrieron a la estética para atemorizar a los suyos. Jamás hubieran usado un chándal para autorizar el genocidio. Se tenían por gente respetable.

El tirano idiota cae siempre de manos de los suyos, de sus más fieles colaboradores. Ceaucescu se emborrachó con tanto elogio y zalamería que jamás paseó por su cabeza la imagen de su muerte. Y pasó de atemorizar a temblar de miedo cuando oyó su sentencia de muerte en aquel juicio(¿) improvisado y urgente que le condenó a morir en un patio corralero junto a su perversa mujer, Helena. El poder omnímodo y brutal convirtió a Ceaucescu en un necio, y sólo se apercibió de su desagradable situación cuando se enfrentó a las bocas de los fusiles que segundos después dispararían contra su pecho y su cabeza. Los suyos fueron los que pulsaron los gatillos.

Maduro es un tirano ridículo. Tiene todo lo malo de los gobernantes inhumanos y carece del atractivo del terror. La eficacia en la tiranía no se hereda fácilmente. Decía Napoleón que la tiranía más insoportable era la tiranía de los subalternos. Un tirano no puede provocar la risa, y Maduro cuando se dirige con solemnidad a esa multitud que cree suya y está a punto de dejar de serlo, es más eficaz que el tonto de la pareja de payasos. No tiene gracia el resultado de su heredada tiranía. Una nación destrozada, una economía hundida, una sociedad a un paso del estallido y una crueldad infinita con sus adversarios demócratas. Sostiene su poder gracias a unas Fuerzas Armadas que no creen en él, y que muy pronto le señalarán el camino del exilio para evitar que tenga un final parecido al de Ceaucescu. No será el final de Maduro el mismo que el del asesino rumano, porque los demócratas que tiene encarcelados y torturados en las prisiones de Venezuela, garantizarán su vida.

Chávez era más inteligente, y los inteligentes cuando todo lo adivinan perdido, designan a un tonto como sucesor con el fin de que se valore más su figura. Tenía al tonto muy cerca y le preparaba muy bien el café matutino. –Maduro, el café-; -ahora mismo, mi aurora boreal bolivariana-; - Nicolás, como no hay un tonto mayor en mi entorno he decidido que seas mi sucesor-; - seguiré tu obra, y no rendiré la espada de Bolívar-.

El prototipo del tirano cretino es Nicolás Maduro, al que le restan pocas semanas de asiento en su horrible sillón presidencial. Serán los suyos, los militares venezolanos, los que entrarán en su despacho para anunciarle que en nombre del hambre y la ruina de Venezuela, su perversa estupidez ha terminado. Hasta los Castro le pondrán dificultades para el asilo político. Porque Maduro no es nada, un ridículo subalterno y ladrón con chándal que sí por crueldad y no por inteligencia, antes que en la relación de Tiranos de la Historia formará parte de la Antología Mundial de los Idiotas.

Le deseo un exilio venturoso amparado por cualquier tirano de verdad.