Paloma Pedrero

Intensa humanidad

La Razón
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Corre por la red uno de los vídeos más conmovedores que he visto nunca. Unas imágenes que me reafirman en mi amor hacia los animales. En mi convencimiento de que emocionalmente nos dan lecciones cada día.

La protagonista es una chimpancé matriarca de un zoo de Holanda. Mama, de cincuenta y nueve años, está en estado terminal por una enfermedad que le produce que ya no quiera comer ni beber. Se ha colocado en postura fetal para morir. Se la ve triste, cansada y desanimada. Un antiguo cuidador, al enterarse de su estado va a visitarla. La llama: «Mama, estoy aquí». La acaricia. La pequeña chimpancé tarda en reconocerle. De pronto le mira, se sorprende y levanta la cabeza. Grita de emoción. El cuidador, la dice: «Sí, soy yo». Ella sonríe, ya sin dientes, pero con una asombrosa sonrisa de intensa humanidad.

Sus ojos se iluminan. Estira el brazo y acaricia el pelo cano del hombre amable. Él también la acaricia el brazo peludo, el pecho, la cara...Ella acerca el rostro del hombre al suyo y le besa. Es algo impresionante. Parece una resurrección. Pero no, no puede levantarse, sólo sonreír y acariciar a su amigo.

Éste le da algo de comer, ella hace el esfuerzo, pero finalmente no puede tragárselo. El hombre la calma hablándole al oído. Entonces Mama se relaja y, como si entendiera perfectamente que él le está diciendo que no la va a dejar, que descanse, que estará con ella hasta el final, la chimpancé vuelve a colocarse en postura fetal y cierra los ojos.

El hombre sigue acariciándola y todos percibimos la serenidad que siente nuestra amorosa chica en el trance. Sabe que ya no morirá sola. Mama, la protagonista de esta historia, morirá recibiendo amor. Como todos queremos morir.