Alfonso Ussía

Irritación e incultura

La Razón
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Don Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, es nacionalista vasco, y más aún, separatista vasco. No obstante, aventaja con holgura en educación, cultura, forma de proceder y manera de hablar a Tardá y compañía del nordeste. Aitor Esteban sabe que aquello en lo que sueña nada tiene que ver con la Historia, aunque su corazón así se lo demande. Cuando Rajoy dijo en su discurso de no investidura que en España el único pueblo soberano era el español, el señor Esteban experimentó un herpes de irritación sobre su piel. Y reaccionó, llegado su turno, con dureza. «El pueblo vasco es también soberano y Euskadi es una nación». Nada que oponer a lo primero. En España, el pueblo vasco es tan soberano como el catalán, el andaluz, el gallego o el castellano, por no nombrar a todos. Pero yerra cuando afirma que Euskadi es una nación más antigua que España. Euskadi, como tal, nace de la imaginación de Sabino Arana, en el entresiglos del XIX y el XX. Y no nace como «Euskadi» sino bajo la arrogancia de «Bizkaia». Vizcaya sí, Guipúzcoa puede ser, Álava ni mencionarla, y Navarra el territorio enemigo por colonizar. Dijo el señor Esteban que no utilizaba el vascuence o «euskera» en su intervención porque no lo entenderían miles de vascos. Y es cierto. Y le honra reconocerlo. El uso de los dialectos eusquéricos se limitaba a los espacios rústicos de las provincias vascongadas. Y los siete dialectos adquirían voces y conceptos diferentes de valle en valle. Se hablaba en los caseríos, montes y valles del interior, el vizcaino, el guipuzcoano, el alavés, el roncalés, el benavarro, el sulentino y el laburtano. Y cada uno de ellos se desgajaba en distingos de pronunciación y significado. El vasco de Bermeo, Vizcaya, se entendía sin dificultad con el vasco de San Juan de Luz, sudoeste de Francia, porque la mar no quebraba la fluidez del lenguaje. Pero un casero de Igueldo y otro de Hernani, apenas separados por cinco kilómetros, pero sometidos a la naturaleza montañosa, podían tener problemas de comprensión. Hasta el padre Larramendi, el gran jesuita y posteriormente el padre Pablo Pedro de Astarloa, los dialectos vascos eran orales y ágrafos. Y en el siglo XX, muy avanzada la centuria, se unificó el idioma con el «batúa», que es el «euskera» oficial de hoy, admitiendo en su vocabulario innumerables voces con raíces españolas.

Dejó de ser el «euskera» un conjunto de dialectos puros y se convirtió en un idioma más moderno y de hondas raíces latinas. Y el señor Esteban, cuyo apellido es castellano alto, sabe que para hacerse entender en su patria chica necesita del español, su idioma fundamental y que comparte con el resto de los españoles y cuatrocientos millones de seres humanos de todo el mundo.

Jamás «Euskadi» tuvo Estado o administración propia. Vizcaya, Guipúzcoa y los «castellanos» de Álava son fundadores de España, aunque ya fueran españoles en los siglos previos. Navarra se unió pocos años más tarde. Nada tengo contra los sentimientos separatistas de vascos y catalanes, porque el sentimiento carece de responsabilidades y obligaciones. Sí, y mucho, contra los métodos asesinos y violentos para imponer los ideales o las ambiciones de una minoría. El señor Esteban, como el señor Urkullu, saben de sobra y lo han sufrido algunos de sus compañeros de partido, que la ETA ha sido y es, simplemente, una brutal banda de terroristas que ha llevado el prestigio del País Vasco a las más profundas cloacas. En España, ser vasco era una garantía de decencia y trabajo. No se entiende el nivel de comprensión de la burguesía vasca, tradicionalmente católica y pacífica, con una organización terrorista. Su apoyo a Otegui es infumable, porque los nacionalistas no forman parte de la mugre estalinista que precisa de la amistad con el terror. Y no se entiende que los vascos nacionalistas cultos no se atrevan a exponer sus lecturas, estudios, ensayos y documentos que contradicen sin cortapisas la melancolía acumulada del «Estado vasco» y la «nación vasca» que jamás han existido. En Cataluña se está imponiendo el separatismo mediante la violencia oficial, coincidiendo con el descenso del furor escisionista en las provincias vascongadas.

El señor Esteban tiene todo el derecho a sentirse vasco y no español, porque los sentimientos no están contemplados como delitos en el Código Penal. Pero no es conveniente que se humille intelectualmente defendiendo lo que sabe que es quimera, ocurrencia y fantasía. Lo siento, porque su defensa de la mentira histórica la desarrolla siempre desde la cortesía y la buena educación. No como algún cernícalo de otros mares.