José María Marco

«Izq.-Der.»

La Razón
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Se suele decir que en cuatro meses, desde las elecciones del 20-D, hemos pasado de descubrir el horizonte inédito y prometedor de la nueva política a recalar en las conocidas y familiares riberas conformadas por las izquierdas y las derechas de toda la vida. Así lo confirma el proceso de fusión de Izquierda Unida con Podemos, un paso más en la estrategia de consolidación de una izquierda distinta a la que hasta ahora fijaba el PSOE. No es tan sencillo. Es cierto que el totalitarismo comunista, que creíamos desacreditado, resucita guarnecido con las alharacas post 68 que otra vez relucieron, con toda su cochambre y sordidez, durante la ocupación de la Puerta del Sol hace cinco años.

De ahí a la derecha, el panorama se complica. Lo que sostiene el edificio ahora parasitado por los neocomunistas son varios pactos. Uno socialdemócrata, en la base de lo que se llama el Estado de bienestar. Otro nacional, sobre la unidad y la vigencia de España como nación constitucional. Sobre esta base, son imaginables posiciones que maticen el alcance de uno u otro punto: más o menos descentralización, más o menos intervencionismo, más o menos confianza en la sociedad civil. Ahora bien, como los contenidos de los pactos fundacionales no están del todo claros, las posiciones respectivas de cada uno de los partidos quedan también difuminadas.

Nadie duda que el PSOE esté más a la izquierda que el PP. Lo está tanto, sin embargo, que llega a hacer imposible la continuidad del Estado de bienestar, mientras que el PP asume (con convicción o por obligación) la defensa sin condiciones de ese mismo Estado que la inopia izquierdista de los socialistas pone en peligro. Y en la cuestión nacional, en la que los contenidos son aún más difusos porque se sigue evitando cualquier esfuerzo por aclarar este punto más allá de la pura legalidad, se diría que vamos a volver donde siempre: a que los nacionalistas ocupen otra vez el centro exacto del sistema. Es difícil imaginar que después de la deriva independentista y el surgimiento de una fuerza comunista totalitaria los partidos constitucionales no sean capaces de reconstruir el espacio democrático. Claro que para eso es necesario que el PSOE deje atrás el sectarismo que le impide incluso hablar con el PP. De todo eso dependerá la continuidad del régimen constitucional y la continuación de la recuperación.