Alfonso Ussía

¡Jo, otro «Hannover»!

La Razón
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Ernesto de Hannover ha vuelto a hacer un «hannover». En esta ocasión a su hijo, que se casaba con una rusa. Así como el primer «hannover» se lo hizo al Rey Felipe cuando se casó con la actual Reina por su incapacidad de levantarse de la cama como consecuencia de la cogorza que presentaba, este segundo «hannover» se lo ha hecho a su hijo, en señal de protesta por su boda con la rusa. Me cae bien este borrachín, que de haber nacido en Inglaterra en la era post-victoriana hubiera pertenecido al wodehousiano «Drones Club», el Club de los Zánganos. En Madrid, en la calle de Miguel Ángel, hubo un bar al que se conocía como el «Bar de los Vagos», con muchos pelmazos y otros clientes ocurrentes y divertidos. Uno de ellos, de los más ingeniosos, acudió con dos testigos a su parroquia para rellenar el impreso de solicitud matrimonial. El párroco, influido por la nobleza del solicitante, Grande de España, se ofreció a protagonizar el burocrático trámite. –¿Nombre?–, y el solicitante pronunció su nombre; –¿Apellidos?–; y el solicitante dijo sus apellidos, de histórica aristocracia; –¿Estado?–; y el solicitante, sin pudor alguno, definió su estado: –De absoluta embriaguez–.

En la noche anterior a la boda del entonces Príncipe de Asturias, mientras su esposa, la princesa Carolina de Mónaco cenaba con frugalidad para recogerse con prontitud en su habitación del Ritz de Madrid, Hannover y un grupo de amigos vivieron intensamente el ambiente nocturno de la Capital de España. «Para llegar a los ascensores –narró un testigo de la epopeya–, tuvo que cubrir los veinte metros de trayecto a gatas. Ladraba a los clientes que acudían a desayunar al comedor, y de cuando en cuando alzaba la pierna izquierda al modo de micción canina». No pudo asistir a la ceremonia religiosa, y llegó a la comida en el Palacio Real con una hora de retraso. Desde aquel episodio, en Madrid se dice «hacer un hannover» cuando no se acude a una invitación o se da el pésame a los deudos en un funeral con anterioridad al inicio del mismo, con objeto de no oír la prédica sacerdotal elogiando la vida y obra del difunto, y compartir con otros «hannover» una agradable copa en un local cercano a la iglesia de marras.

Pero que Hannover le haga un «hannover» a su primogénito por estar en desacuerdo con el amor de éste por una guapa rusa – con aspecto de tenista, para variar–, es motivo de gran escándalo. El periodismo especializado en bodas reales así lo considera. Lo más chocante ha sido la excusa: «No asistiré porque con esta boda está en juego la preservación de los intereses de la Casa, incluidos valiosos bienes culturales». Muy desagradable. Considera Hannover que la mujer de su hijo, Ekaterina Malysheva, cuyo padre es infinitamente más rico que el propio Hannover, se va a dedicar a robar los cuadros y los archivos de su casa mientras él duerme su diaria mona. No son palabras adecuadas para unir familiarmente a un suegro y una nuera. De «tragedia familiar de proporciones bíblicas» ha calificado el hecho la prensa alemana. En las repúblicas son mucho más mirados que en las monarquías los acontecimientos que rodean a sus familias reales, sub-reales o simplemente nobles. Ernesto de Hannover, además de Jefe de la Casa es el duque de Brunswick-Lüneburg, y con su actitud hace un daño irreparable a su distinguida dinastía.

En ocasiones, la obligación de un columnista no es otra que enfrentarse a las consecuencias de comentar un grave conflicto internacional. Me hago responsable de mis palabras y manifiesto públicamente mi apoyo al Príncipe Heredero de Hannover y a su encantadora esposa, Ekaterina Malysheva, que lo ha tenido que pasar fatal con ese suegro. Todo, menos callar con cobardía, esconder la cabeza como las avestruces cuando advierten la posibilidad de un riesgo y silenciar el adjetivo que merece quien tanto daño ha causado. Hannover, es usted más insensible que un berberecho. Ya me he quedado a gusto.