José María Marco

Jueces independientes

La Razón
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A falta de elecciones ganadas, bien está la foto del presidente del Gobierno en la Audiencia Nacional, aunque sea de testigo. Es difícil pensar otra cosa cuando los tribunales de nuestro país han admitido la declaración por videoconferencia a toda clase de testigos, políticos y no políticos y, de los primeros, de todos los colores. Y lo han hecho según lo establecido por una ley, debidamente promulgada. Hay jurisprudencia, por tanto, y base legal... El presidente del Gobierno, sin embargo, entra en una categoría aparte: testifica como ciudadano, y como ciudadano se le debe penalizar... por ser presidente del Gobierno.

Los miembros del tribunal de la Audiencia Nacional que han dictado la declaración presencial de Rajoy no pueden ignorar que lo único que cuenta en todo este asunto, tal como está planteado, es la foto. Lo demás, como ya se dijo en su tiempo, es muy poco relevante, si es que lo es en algún grado. También se trata de demostrar que el tribunal es absolutamente independiente y que está por encima de cualquier cosa. Bastantes jueces de nuestro país se postulan para superhéroes de una justicia suprema, que finge desconocer las circunstancias que rodean a sus decisiones.

Es seguro que esta decisión proporcionará al tribunal una popularidad momentánea, de aromas un poco sulfurosos y jacobinos, los mismos que destilan algunas frases del auto en las que se percibe esa clase de frustración que siempre asoma detrás de cualquier jacobinismo. Mucha gente, en cualquier puesto de trabajo, está convencida que merece más de lo que tiene. Algunos jueces, que ejercen un cometido tan hermoso, parecen estar particularmente seguros de que son víctimas de esta circunstancia.

La paradoja es que también saben que están en posesión de unos medios excepcionales para conseguir ciertas compensaciones, algo de lo que carecen el resto de los mortales, los «ciudadanos» del auto. Parece ser ahí donde está el meollo de la cuestión. Los intocables –recuérdese lo de la casta de hace unos años– hacen saber su capricho a quienes desprecian pero cuyo reconocimiento buscan.

Sería más fácil atenerse a decisiones racionales, basadas en la costumbre judicial y en el texto de la ley. Así es como los jueces conseguirían el respeto de sus conciudadanos y se ganarían el prestigio que, sin duda, alguna, merecen en su inmensa mayoría. El daño que de la otra manera se causa es muy grande, pero nunca lo será tanto como el desprestigio que estos jueces se han ganado para sí mismos y para los demás. No se puede anteponer tan claramente las opiniones a los hechos y las preferencias propias a lo establecido. Habrán sentado al Presidente del Gobierno en su función particular, bien difundida por lo demás, pero su reputación está acabada. Cuanto más jaleen su decisión, peor será.