Alfonso Ussía

La asesorada

La Razón
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El pacto del PP con C’S, no refleja dos puntos fundamentales para recuperar la salud política en España. La drástica reducción del número de aforados –al paso que vamos serán aforados hasta los Segrelles–, y la limitación por ley de los asesores. Leo que la más asesorada de España es la señora o señorita Mónica Oltra, vicepresidenta de la Comunidad de Valencia, que para abrir la boca o escribir sin faltas de ortografía necesita de ocho asesores que cuestan cada año 350.000 euros de dinero público. Creo conveniente y con vistas al futuro, que en las próximas elecciones, junto al nombre de los candidatos se imprima entre paréntesis el número de asesores que cada candidato pretende contratar a dedo en caso de ser elegido. Por ejemplo: «Compromís. Mónica Oltra. (8 asesores)». De tal guisa, que el elector valenciano, ante la información que le procura la papeleta y haciendo uso de su libertad de reflexión pueda decidir entre votar a la asesorada o a los asesores, que por lógica se deduce que están mejor preparados que ella.

Una señora que para ejercer las funciones de la vicepresidencia de una comunidad autónoma precise de ocho pelotas contratados a dedo sólo puede ser dos cosas. O más vaga que un colchón, o muy cortita. Las dos opciones son perfectamente compatibles y coincidentes. El problema auténtico sobreviene cuando la asesorada dice o protagoniza una sarta de sandeces recomendadas por los asesores, y en ese caso, no hay solución. Una asesorada incompetente rodeada de asesores más incompetentes aún araña sistemáticamente la línea que separa la inutilidad de la calamidad pública.

No es el caso de Mónica Oltra, una política que adorna y brilla con su moderada actitud y demostrada cultura. El problema de la señora o señorita Oltra es que su demostrada cultura, más que afín a la de su región está inmersa en la catalana. Y mucho me temo que la de sus ocho asesores, también. En Valencia, la izquierda radical siempre ha sido apasionadamente favorable al catalanismo, los Países Catalanes, y el gozo popular que procura el baile compartido de la sardana. No me atrevo a asegurarlo porque la imagen pertenece a la sosegada figuración. Pero disfruto del paisaje del despacho de la señora o señorita Oltra cuando se reúne, cada mañana, con sus ocho asesores, las secretarias de doña Mónica y las de los asesores, los ordenanzas asignados al servicio de la vicepresidenta de Valencia y en el caso de que lo hubiere, el pinchadiscos o DJ de la Generalidad valenciana. Una muchedumbre que inaugura cada día bailando la sardana sobre la alfombra de la Real Fábrica de Tapices del despacho de la señora o señorita.

Claro, que las ideas que aportan no son desdeñables. Si el dinero público sirve para derrocharlo en asesores que asesoran a quienes sin ser asesorados no saben hacer ni la O con un canuto, también el dinero de las empresas privadas podría ser destinado a esos fines. Llevo algunos años escribiendo un artículo diario para LA RAZÓN. Trescientos sesenta y cinco artículos cada año, que no es cuesco de colibrí ni aire de mamoncillo. Y tengo pensado negociar la contratación de dos asesores. Uno, para que me aporte las ideas, y otro para que las redacte con donosura. Mi papel se reducirá a la corrección del texto y a una leve aportación de estilo con el fin de que no se note demasiado que me escriben dos subsaharianos, que es la manera correcta de calificar a los antaño «negros» de la literatura y el articulismo. Mucho cuidado con ello. Así me lo afeó una bondadosa periodista cuando elogié el fichaje de un futbolista negro del Real Madrid.

–Creo que el negro es un jugador formidable–; –querrás decir, subsahariano–

–no, monina, negro. Nació en Ámsterdam–; –Ah–, suspiró ella.

No dudo del inmenso valor intelectual de doña Mónica Oltra. Pero lo está ocultando o disimulando. Una mujer que necesita de 350.000 euros por año para pagar a sus ocho asesores catalanes designados a dedo, no puede resultar rentable. Esos 350.000 euros le vendrían a los problemas pendientes de solucionar de Valencia como anillo al dedo. Y en el caso de que sin asesores, doña Mónica se instalará en los espacios del cero a la izquierda, lo justo y conveniente sería que se fuera a su casa, con los ocho asesores, pero ya con cargo a su cuenta corriente. Y a vivir, que son dos días.