El desafío independentista

La ceremonia de la confusión

La Razón
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Si alguien quisiera conocer cómo se ha llevado a cabo el llamado «procés», tendría en el día de ayer la explicación perfecta. Pareció una broma de mal gusto pero, en realidad, fue la manifestación la gran confusión que se vive estos días en Cataluña.

Nos levantamos ayer sin saber exactamente lo ocurrido en la reunión nocturna del Govern. A esa reunión se habían apuntado los llamados no electos: gentes del mundo de la agitación –ANC y Òmnium entre otros– que eran los que llevaban la voz cantante. A la vez se anunciaban dimisiones en el Govern retrasadas hasta el levantamiento de la suspensión de la independencia. En algún momento se debieron ir a dormir.

Pero ayer amanecía un día normal: caluroso como todos los de este otoño. Y sin embargo llegó la sorpresa. Puigdemont se echaba atrás y convocaba elecciones. Los insultos le volaban en la red. Paralelamente, y tras la desconvocatoria de una comparecencia del president y de anunciarse dimisiones en Junts pel Sí, la presión se trasladaba a la calle. Pero en unas horas todo cambió. Puigdemont pronunció por fin una alocución que descartaba las elecciones y todo volvía a lo de anteayer. El president había sucumbido a la presión de los más radicales y ya no mandaba ni siquiera en su Govern. Una de sus últimas competencias –la capacidad de convocar elecciones– también la perdía.

Justo a esa hora me llamaron por Skype de una televisión colombiana para que les explicara lo que estaba sucediendo. Retransmitían en ese momento el discurso en el Senado de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Intenté ser claro en este dislate: nada nuevo. Salvo el ridículo de Puigdemont, claro. El independentismo seguía mareando la perdiz, convirtiendo una declaración de independencia en algo que a los contertulios les parecía casi una broma. No les faltaba razón. ¿Y el Gobierno español? Pues tampoco nada nuevo. Sigue con su hoja de ruta para aplicar el artículo 155 de la Constitución. La anormalidad se ha mutado en normalidad estos días.

Y a esa normalidad ayuda sin duda el cumplimiento de los plazos que ha establecido el Gobierno para solventar esta crisis, Senado incluido. Ante la confusión y el dislate, el cumplimiento de la Ley es la mejor garantía de que el disparate no se contagia. Y para ello mejor no añadir más ruido. Todos calladitos. Y a esperar.