Fernando Rayón

La corbata de Sánchez

La Razón
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No hacía falta ser profeta, ni hijo de profeta, para saber lo que iba a ocurrir con las negociaciones y futuros pactos. Los de Pedro Sánchez, claro. Primero abre la puerta a Podemos para cerrarla casi a la vez: motivos le sobran. Luego monta una reunión con Ciudadanos con muchas luces, cámaras y pasilleo. Reunión a diez: casi nada. Y todos dicen que hay buen entendimiento. Y «El País» añade que ése es el pacto favorito de los españoles. Pero... Rivera dice que hay que contar con el PP. Y Pedro se enroca. Sabe que contar con el PP es cederle la presidencia. Y presidente quiere ser él: no tiene alternativa. Y volvemos donde estábamos. Aunque tampoco del todo.

Sánchez quiere explicar ahora a Rajoy, ERC y Democracia y Libertad por qué no quiere contar con ellos. Será un trámite. Para los soberanistas tiene el argumento de la independencia. El de Rajoy –por supuesto– será la corrupción; como si el PSOE no tuviera nada que ver con los ERE de Andalucía, que pagan coca y prostitución, ni con Chaves ni Griñán. Para este viaje de Sánchez a la realidad de los partidos ha prescindido de la corbata. Se la quitó en los Goya, como si eso le pudiera acercar al populismo de esmoquin alquilado de Iglesias. De nuevo, mal asesorado. Si quiere ser presidente, tiene que ponerse la corbata y saber lo que interesa a España. Y lo que España necesita es no repetir elecciones, un pacto PP-PSOE-Ciudadanos, defender la unidad de España, luchar para salir de la crisis, una reforma electoral... una reforma de la Constitución... Eso es lo que casi todo el mundo tiene claro. Todo el mundo menos Pedro Sánchez. El PP ya le ha dicho que respetaría sus cargos en ayuntamientos y comunidades; algo más que razonable a juzgar por los sucesos que empiezan a conocerse en algunas ciudades: clara evidencia de que algunas mayorías tampoco pueden aguantarse mucho más. ¿Y qué hacemos con el Gobierno? Pues hablar, hablar y hablar con el PP: justo lo que no ha hecho Sánchez. Naturalmente, en esa conversación surgirán tres nombres: Rajoy, Sánchez y Rivera. Y no vale pedir de entrada que alguno se inmole por el bien de España. No lo harán: tienen sus razones para no marcharse de momento. Pero también deben pensar en el futuro.