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La culpa

La Razón
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Resulta instructivo reparar en las portadas que «Charlie Hebdo» y «El jueves» han dedicado a los atentados de Cataluña. La española, con unos dibujos infantiles, cutrísimos, que recuerdan a los que te dan en los aviones para que tu hijo entretenga el viaje coloreando, proclama «Barcelona somos todos» y concluye que «No tenemos miedo». Cómo podrían, si su portada condena el terrorismo con un nivel de abstracción tan fino que casi no sabes de qué hablan. Cómo van a temblar, cómo van a temer por su seguridad, si en defensa de la vida y la libertad de expresión enarbolan una portada que parece una colonia para culos sensibles. Sin rastro de aroma o alcoholes. La otra, en cambio, la publicación francesa, ha suscitado ya unas cuantas apoplejías. «El Islam, religión de paz... eterna», reza, y desde entonces Twitter arde contra los liberticidas del rotulador, canallas infames, que anda que no dan la lata con sus dibujos aguafiestas y su desconfianza de las religiones y su intratable actitud hacia los pobrecitos que a falta de otro recurso airean su descontento cebando con bombas la metrópoli. Qué asco. Cómo pueden disparatar de esta forma los gabachos esos y qué les habrán hecho los islamistas. Ni que unos fieles hubieran entrado en su redacción al grito de Alá es grande y luego asesinado a doce personas. Aparte, ¡si en lo que llevamos de 2017 el terrorismo yihadista apenas ha liquidado a 424 personas (1.413 en 2016, 3.108 en 2015, 2.120 en 2014, etc.)! ¿Qué son unos cuantos miles de peatones en un mundo hiperpoblado? ¿Y acaso no demuestra su tuétano conciliador, su condición de bondadosa víctima, el que la mayoría de los ataques haya tenido lugar en países donde la religión musulmana es mayoritaria? Ok, bien, un porcentaje en absoluto desdeñable de los islamistas –¿decenas de millones, cientos de millones?– considera que la sharía debiera de regir la vida pública de las naciones y de sus súbditos. Abundan los que aplauden el ahorcamiento de homosexuales, la lapidación de adúlteras, la mutilación de niñas y el tiro al plato con toda clase de disidentes. También ven en Occidente al enemigo, la bestia decadente y sensual, entre la apostasía de la ciencia y el desmadre de la democracia, a la que habría que ajusticiar si no queremos acabar de bruces en el infierno. Pero oiga, la gente tiene derecho a creer cuanto quiera, a querer lo que crea y viceversa. Incluso a ciscarse en los derechos humanos, que vale de imponer los caprichos occidentales a unas culturas igual de respetables. Sin olvidar que el colonialismo y la explotación y la indiferencia de los países ricos y la rapiña de los recursos de los más pobres empujó hacia el fanatismo a muchos. Miren, si alguien tiene la culpa, si alguien merece nuestra reprobación, somos nosotros. Usted y yo. Su vecino. Los partidos políticos. La liga de fútbol. El tanga. Las rebajas. Lo que sea, quien sea, menos aquel que acelera delante de unos niños. El mundo fue y sera un porquería y si piove pues nada, porco goberno.