Martín Prieto

La difunta Correa

La Razón
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Recorriendo las carreteras argentinas adviertes que cada pocos kilómetros se han arrojado a la banquina botellas de agua sin consumir. Es un ritual para que Deolinda Correa no vuelva a morir de sed. A mediados del siglo XIX, Argentina vivía guerras civiles entre unitarios y federales, como la que tenemos incruenta en España en este juego tan entretenido de ir retrocediendo en los siglos. Caballería irregular pasó por la aldea de Clemente Bustos reclutándolo de forzoso. Su mujer, Deolinda Correa, recién parida de su primer hijo, no dudó en seguir a la tropilla, perdiéndose en los desiertos de San Juan, donde murió de hambre y sed. Días después, unos baqueanos dieron con el cadáver y con el bebé vivo mamando de la inagotable leche de la muerta. Analistas de todo pelaje que jamás han pasado hambre (especialmente los podemitas) ni han visto un famélico en su vida han entrado en el pensamiento circular de esa encuesta del INE sobre más de un millón de hogares (eso son millones de personas) que no reciben ninguno de sus miembros ni un centavo de euro. Es raro que, aún con agua, los niños sobrevivan un mes y los adultos tres. A lo peor crece el empleo por la necesidad de cementerios adicionales para la hambruna que nos asola, ante la pasividad del Gobierno, que pretende ajustar las cuentas reduciendo por hambre la población. Las encuestas se hacen bien o mal, sea el INE o Cáritas, las muestras son imaginativas, y por teléfono o personalmente te preguntan a quién votas o cuál es tu marca de lavavajillas. Entre lo que plantean los gurús para averiguar si eres pobre de pan pedir figura si posees televisión en color o te tomas vacaciones de verano o invierno. Muchos españoles están pasando las de Caín, pero de esta situación que no hemos creado nosotros estamos saliendo lenta pero persistentemente. España no necesita que la Difunta Correa muera de hambre y siga manando leche para los supervivientes.