Almería

La educación en el banquillo

La Razón
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Para comprobar que la sociedad está tarumba sólo hay que pararse frente a una reunión de familias en torno a un tobogán y un columpio. La experiencia puede resultar inquietante. Lo mismo que hay ciertos solterones que acurrucan a su perro salchicha como a un recién nacido, existen padres que educan a sus hijos como si asistieran al proceso culminante de la creación divina. Y no son pocos. Ciertos progenitores, que confunden educación e inhibición debido a esenciales malentendidos, se limitan a dejan hacer a la criatura y a dejarla deshacer hasta que, de pronto, uno se topa con el monstruo. «Parecía que era ayer», responden entonces a su compadre, «cuando el niño me pateó la coronilla cuando quise quitarle el móvil, pobrecito mío». Ese pobrecito, como sostiene el juez de menores de Granada Emilio Calatayud, probablemente crea que «el mundo le deba todo» después de habérsele concedido todo. El veneno del «buenrollismo» que ha cundido en una parte de padres amenaza al mundo con una organizada extinción, que cantaba Siniestro Total. Y quienes se proponen la educación como una enseñanza de derechos y de deberes corren el riesgo de ser tachados de duros, carcas, antiguallas, reaccionarios y, quién sabe, quizá también de fascistas. Gracias a los cielos hay jueces que no. Es el caso del titular del Juzgado de los Penal 1 de Almería. Una madre de 37 años de El Ejido, tras un largo puente festivo, conmina a su hijo de 15 años a hacer las tareas escolares. Y el niño, móvil en ristre, a lo suyo. La madre forcejea con su vástago hasta arrebatarle el aparato. Y el niño, víctima de un arañazo, lo denunció a la Guardia Civil. Una serie de esperpentos acabaron con la mujer en el banquillo de los acusados. El juez la ha absuelto, pero el mundo está loco.