M. Hernández Sánchez-Barba

La expansión de Nueva España

Estamos acostumbrados a plegarnos a la mala prensa relativa a la «codicia» de los pobladores españoles del orbe americano e, inconscientemente, confundimos el espíritu expansivo en América con una aventura en busca de la riqueza, cuando en verdad, debe considerarse como misión ecuménica, portadora del conocimiento de la Revelación para la población indígena de aquellas regiones que, mediante la misión española, se integró en el área de la sociedad cristiana occidental, alcanzando una extensión prodigiosa en el transcurso de los tres siglos de gobierno y constituyendo, en fin, formación humana y social, un conjunto de enorme importancia histórica.

La expansión española en el Nuevo Mundo no cesó en esos tres siglos de ocupación de la tierra, como puede apreciarse por ejemplo en la conquista de México por Hernán Cortés, que lo llamó Nueva España. El avance de los límites del territorio español fue incesante, aunque hasta el siglo XVIII no se hizo patente y conocido en las fuentes documentales militares y los libros, crónicas e informaciones escritas por muy diversos cronistas. Primero fue la expansión delineada por el propio Hernán Cortés; después fue Nuño Beltrán de Guzmán, que desde Nueva Galicia rivalizó acerca de las posibilidades de expansión hacía el Norte. La Audiencia, sucesora de Nuño de Guzmán, heredó la orientación septentrional, y hubo expediciones como la de Juan de Tolosa (1546), que dieron como resultado el descubrimiento del norte minero de México y la creación de la ciudad de Zacatecas.

Ésta es el pórtico de las provincias internas de la Nueva España; que a su vez tuvo inmediatamente un riesgo considerable porque en los ríos Grande de Santiago y Pánuco, tribus de indios irredentos mantenían los caminos de comunicación, de lo que era ya vanguardia, con constantes ataques depredadores que obligaban al mantenimiento de crueles luchas con los indios, que eran señores del territorio por la vía Zacatecas a la capital virreinal o las tierras guadalajarenses. El descubrimiento de nuevas minas en Guanajuato, donde se levantaron ya torres defensivas en 1554. En 1561 se registra un levantamiento general de los «chichimecas» y fue preciso plantearse la efectiva protección de la región, levantando presidios y poblaciones como Aguas Calientes, la villa de León, que aseguraba algo más las comunicaciones de Guadalajara y la capital virreinal con la zona minera.

Ciertamente, las minas atraían población, pero la hostilidad en los indios no cedía. La primera medida importante fue, a iniciativa en los virreyes, la conquista de territorios próximos al desierto de Sinaloa como fue el de Nueva Vizcaya por Francisco de Ibarra, que controlaba el foco agresivo de los indios, Nayarit. Franciscanos jesuitas evangelizan y Nueva Vizcaya se convirtió en otro escalón norteño. Nueva Vizcaya, en la Sierra Madre Occidental. Todavía a finales del siglo XVI, el hijo del gobernador de Nueva Galicia, Juan de Oñate, llevó a cabo una expedición que dio como resultado la ocupación de Nuevo México. El centro operativo de Oñate fue el pueblo de San Juan donde hizo una labor de pacificación con los caciques indígenas de la región para que aceptasen la soberanía española. Exploró los territorios que hoy pertenecen a los Estados Unidos, como el mismo territorio de Nuevo México. Pero no se consiguió erradicar los ataques de las grandes familias de indios nómadas. Fue imprescindible recurrir al ejército para fijar la frontera. La idea de defensa fue aumentando a medida que las posibilidades de riquezas naturales del sector económico primario atraían contingentes de población, aumentaban los rendimientos y los negocios productivos.

Durante todo el siglo XVII llegó a cristalizar la idea de la fijación de una frontera guardada por una línea de fuertes que recibieron el nombre de «presidios», con el sentido clásico de «fortaleza de frontera». Creados en los puntos clave regionales, donde los colonizadores eran, al mismo tiempo, propietarios trabajadores de sus propiedades, ganaderos, agricultores y mineros llegando a constituir en el siglo XVIII, de modo particular durante el virreinato del marqués de Croix, la llegada de varios inspectores del ejercito profesional, como el marqués de Rubí, ingenieros como Lafora, entre otros, culminando con la del Visitador General de la Nueva España, don José de Gálvez, que inició el expediente para cubrir todo el Norte de la Nueva España con una frontera fija de «presidios» que, desde el Pacífico hasta «Nueva Cantabria» en el extremo oriental del inmerso Golfo de México, mantuviese libre de ataques de las tribus nómadas. La creación de las provincias internas del norte de la Nueva España frontera defensiva, con la línea de «presidios» desde California y Sonora hasta las proximidades del Mississippi, que era una estimulante salida de riqueza del interior continental.