Exposición

La exposición como estatus

La Razón
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Clausurada con cifras récord la exposición sobre El Bosco en el Prado, urge formular una pregunta para comprender el éxito de estas exposiciones: ¿por qué los –grandes– museos reciben cada vez más visitantes mientras que el arte pierde espectadores? O enunciado de otra manera: ¿cuál es el motivo por el que disminuye el número de «espectadores incondicionales» mientras crece el de «aficionados selectivos»? En paralelo al descenso de visitantes sufridos por galerías, espacios institucionales de tamaño medio y otro tipo de proyectos más «alternativos», la primera respuesta resulta elemental: un proceso de «re-sacralización» de la experiencia artística por el que sus grandes «catedrales» se convierten en la mejor respuesta a las expectativas del público. El consumo cultural se ha redefinido durante la crisis en términos cuantitativos y de escala: cuanto más público y mucho más grande, mejor. Pero hay más: el valor expositivo del arte ha sido fagocitado por la situación del mercado. La atracción que entre la clase adinerada despierta el arte reside en que se trata de una experiencia inclusiva y, en consecuencia, exclusiva. Pertenecer al mundo del arte supone acceder a una dimensión jerárquica que implica un estatus más elevado. Y, ciertamente, cuando la incorporación al grupo de «grandes compradores» de arte resulta tan compleja por las astronómicas sumas que hay que desembolsar, la alternativa del ciudadano medio es integrarse en la comunidad de los «grandes consumidores». No nos engañemos: el arte por sí solo no interesa a casi nadie. Pero el estatus social es una de las grandes enfermedades de la sociedad que los museos hegemónicos a lo largo y ancho del mundo están sabiendo aprovechar para engrosar sus cifras de visitantes.