El desafío independentista

La gota china

La Razón
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Tenía el firme propósito de no escribir en unos días sobre la cuestión catalana. La razón es que el monotema está hastiando a la mayoría y lo que toca ahora es el desenlace. Ello requiere la decisión y la acción del Gobierno y el apoyo de los partidos políticos que defienden la concreción de nuestra democracia, la que hicimos en 1978. No oculto que un socialdemócrata se siente incómodo con el nacionalismo. Es como un cálculo renal de esos que tienen aristas y que te desgarran por el dolor, al tiempo que te hacen sangrar por dentro. Esa es la historia del socialismo democrático frente a los nacionalismos desde la Gran Guerra de 1914.

Sin embargo, hay cosas que no se pueden dejar pasar sin contestar. Las decisiones judiciales a veces vienen bien y otras no se comparten, pero en un Estado de Derecho, la separación de poderes es una condición sine qua non. Hasta la fecha, cuando había desacuerdo con un acto del poder judicial, era recurrido en la instancia judicial correspondiente. Los jueces pueden ser recusados y el sistema garantiza el derecho a la defensa y a un juicio justo. Sin embargo, cada vez es más habitual el intento de influir, más o menos conscientemente, con juicios mediáticos o tertulianos sentando cátedra sobre lo que en muchas ocasiones han leído en un libro de derecho a través del escaparate de una librería.

También los políticos populistas intentan generar estados de opinión que les favorezcan a costa de erosionar a las instituciones. La opinión de los separatistas sobre las decisiones de la Audiencia Nacional acerca del encarcelamiento de dos de sus líderes no ha sorprendido a nadie, precisamente porque se han declarado en rebeldía y desobediencia al poder judicial del Estado hace algunos meses.

Sin embargo, sí merecen algún comentario las reacciones de algunos dirigentes políticos de Podemos. Que la Sra. Manuela Carmena haya manifestado que la prisión provisional decretada por la Audiencia es «enormemente perjudicial para el desarrollo del diálogo que debe ser la masa, la goma» no es aceptable cuando viene de la boca de una jueza que reclamaba, con mucha razón, respeto a sus decisiones judiciales más polémicas en aras de la independencia de la que debía gozar en un Estado de Derecho.

Más allá ha ido el Sr. Pablo Iglesias calificando a los independentistas de presos políticos o la Sra. Ada Colau descalificando la decisión judicial. Pero no debemos quedarnos en la anécdota, ni tampoco pensar, como algunos, que la búsqueda ansiosa de titulares en informativos y periódicos lleva a los dirigentes políticos a cometer errores. Hay una marejada de fondo que debería preocuparnos.

En realidad, a los podemitas todo les sirve para desgastar el orden constitucional. En principio, se cuestionó el proceso constituyente de 1978, después las instituciones políticas que están «ocupadas por una casta que vive de la connivencia con el poder económico», ahora disparan contra el Poder Judicial.

Hay dos maneras de tirar piedras al edificio de la democracia y las libertades en España. La más brusca cabalga entre la zafiedad del Sr. Gabriel Rufián y la frivolidad del gobierno catalán y sus socios de la CUP. La otra es la de la «gota china», la tortura medieval que consistía en colocar encima de la cabeza del reo un gotero que soltaba pequeñas gotas de agua que caían cada 5 segundos y en el mismo lugar, hasta que perforaban el cráneo causando la muerte.

Independentistas y podemitas coinciden en demasiadas posiciones políticas, porque ambos creen que para conquistar el poder primero hay que arrasar con todo. Olvidan que la mayoría de los españoles sabemos de donde venimos.