César Lumbreras

La gran sequía

La Razón
La RazónLa Razón

Me lo contó un joven agricultor hace no mucho. Su padre, labrador de toda la vida, tenía una curiosa costumbre al comenzar el año: antes de colgar el calendario nuevo en la pared, arrancaba la hoja correspondiente a abril porque decía que era un mes maldito para el campo de su zona y que no quería verlo. Este año se ha cumplido esa afirmación de principio a fin. Abril comenzó con problemas de sequía en la mayor parte de España, que han ido a más a medida que pasaban los días. Tampoco ha llovido y, encima, se han registrado temperaturas muy elevadas para esta época del año. Por si lo anterior no fuese suficiente, los vientos cálidos han dado la puntilla y han agostado los cereales y los pastos. La guinda del pastel ha llegado en forma de heladas tardías durante los últimos días de mes; se han visto afectados el viñedo y los frutales, que, además, venían más adelantados por esas altas temperaturas. En resumidas cuentas, que se ha juntado el hambre con las ganas de comer y se ha dado lo que podría denominarse la tormenta perfecta. Hay que remontarse a principios de la década de los ochenta y, más tarde, a 1992, para encontrarnos con una situación similar. Todo lo anterior es conocido de sobra en el campo. Sin embargo, en el ambiente urbanita sucede todo lo contrario, ya que, salvo contadas excepciones, los medios de información todavía no se han hecho eco de esta tragedia, que tendrá graves consecuencias en una gran parte del territorio español. A todo lo anterior hay que agregar que las reservas de agua están por muy debajo de la media de los últimos diez años y en varias cuencas hidrográficas habrá problemas para regar. Encima, salvo en las montañas de la Cuenca del Ebro, no hay nieve que llene los pantanos en la época del deshielo. En resumidas cuentas, que abril ha sido un mes catastrófico que va a dejar en la ruina a una buena parte del campo español. El año que viene también quito la hoja del calendario.