Alfonso Ussía

La hora veinticinco

La Razón
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Quien ha sido presidente del Gobierno de España tiene el acceso asegurado al Consejo de Estado, órgano consultivo del que forman parte ilustres personajes. También, el derecho a coche y escolta, y asimismo, una sustanciosa pensión vitalicia. Todo eso se consigue con un solo día en la presidencia del Gobierno. Quien ha sido presidente del Gobierno de España es invitado a pronunciar conferencias con un alto nivel de remuneración, y a nadie le extraña que sea convocado por organismos internacionales para mediar en conflictos o simular que lo hace, como es el caso de Rodríguez Zapatero en Venezuela.

No cabe en entendimiento humano que Pedro Sánchez no haya presentado su dimisión después de su sexto fracaso electoral. Sigue jugando con los tiempos para conseguir, aunque sólo sea por un día, la presidencia del Gobierno de España. Salvaría las nubes de su futuro, que en este momento, son densas y cimarronas, como panza de burro. Apurará hasta el límite sus posibilidades, y si le dejan, pactará con quien le ayude a sumar los votos necesarios para ser investido. Su resistencia no es heroica. Su empecinamiento, nada tiene que ver con la dignidad del derrotado que se afana por permanecer en beneficio de su partido y de España. Pedro Sánchez persigue su comodidad personal, el pasado mañana después de ser, durante una mañana, el presidente del Gobierno.

Ignora Sánchez que en su partido, exceptuando a su equipo más inmediato, es ya un peligroso elemento en vías de vuelo inminente. Su trasero es deseado por muchas punteras socialistas para ser pateado. Ha llevado al PSOE al precipicio por no escribir que al barranco. Pero resiste. En lugar de dimitir y marcharse después de pedir perdón a sus compañeros y militantes del PSOE, ha convocado el 39º Congreso Federal para que sea debatida su gestión. Ganar tiempo. Sánchez es de los optimistas que creen que más allá de las nubes densas estalla la claridad. En ocasiones, más allá del horizonte zaíno o azabache, se forma un ciclón encolerizado. Pedro Sánchez tuvo ayer a su disposición la última opción de la dignidad. Ha sido vapuleado, ha dejado al PSOE, partido fundamental para mantener el equilibrio democrático y constitucional, al pie de los caballos. Ha permitido con sus pactos y alianzas que el comunismo radical gobierne en centenares de municipios, y entre ellos, el de la Capital de España. Ha consentido que una izquierda rabiosa de principios del siglo XX adelante a un PSOE inmerso en el siglo XXI, hasta que llegó Zapatero y posteriormente, él. Si no lo echan los suyos, que ganas no les faltan, Sánchez exprimirá el tiempo en busca de su presidencia, aunque sólo pueda disfrutarla veinticuatro horas. Pero la hora veinticinco es la buena, la que concede la seguridad, la que establece las ventajas de un ex presidente del Gobierno, la que sueña en sus soledades.

Aunque en ocasiones parezca lo contrario, nada más lejano a mi ánimo e intención que hacer leña de un árbol caído. Hacer leña del árbol caído de Sánchez es empresa absurda, porque ya es leña hecha por sí sola. No se puede aspirar a nada cuando el resentimiento impera sobre la razón. Mire hacia donde mire con su rostro crispado, Sánchez se topará –con especial crudeza entre sus compañeros de partido–, con gestos de estupor y de alipori. Pero él resiste, no por España, por él, y no por su partido, sino también por él. Se trata de una actitud que quizá sería interesante estudiar por la ciencia médica. ¿Le sucede algo? Le sucede, pero no es motivo de misterio. Le sucede que quiere ser, como sea, cuando sea, y a costa de lo que sea, presidente del Gobierno de España, aunque fuera por un solo día, para alcanzar la vanidosa y soberbia seguridad de la hora veinticinco.