José María Marco

La identidad de Francia

La Razón
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En una excelente intervención en el Campus FAES, Nicolas Sarkozy, que se postula para candidato del centro derecha francés a la Presidencia, habló de la necesidad de levantar un muro entre la democracia y el populismo. No todo el mundo lo tiene tan claro. Al revés, hay mucha gente empeñada en convencernos de que el populismo, «à la Podemos», por ejemplo, es la forma más acabada de democracia. Seguramente no ignoran que de aplicar en serio esta propuesta, que es lo que está ocurriendo ahora mismo con el referéndum griego, se causará un daño difícil de reparar a la democracia y a la convivencia en libertad.

En términos más prácticos, Sarkozy habló de la refundación de la eurozona, que deberá estar sujeta a partir de aquí a reglas y a controles más estrictos. También habló de una refundación de Schengen, un Schengen 2 en el que se unifiquen los criterios que regulan la inmigración. Y terminó refiriéndose a la necesidad de tomarse en serio la «guerra» contra el terrorismo islamista ante el peligro que representa éste para lo que llamó «nuestra civilización», es decir –suponemos nosotros–, las democracias liberales.

En esta gran revisión faltó un apunte acerca del papel que quiere cumplir Francia en la Unión Europea del siglo XXI. Así como Alemania ejerce un liderazgo reticente, Francia se perfila como el líder frustrado. Sin embargo, los cambios en la Unión, que han sido muchos, y casi siempre para bien, no han llegado hasta el punto de que se pueda prescindir de Francia al frente de la Unión.

Los europeos necesitamos una Francia que haya recuperado su orgullo, el compromiso con su identidad y su capacidad para pensar e imaginar la realidad de hoy en día. Grecia está dando enormes problemas, pero el foco del problema europeo está más bien en las dificultades de los franceses para asumir riesgos, para enfrentarse a la realidad del multiculturalismo, para romper de una vez con la mentalidad de asistidos y dependientes del Estado. No falta el estilo de siempre, pero esto no mejora la situación. Al revés, le da aire inequívoco de decadencia. Así es como la intervención de Sarkozy en el Campus FAES se movió entre la apología de una Europa con mayores cotas de soberanía y una pregunta sin formular acerca de lo que debe hacer la nación por excelencia en este nuevo diseño. El rodeo por la Unión es correcto, pero de líderes como Sarkozy se espera que aborden de frente el nudo de la identidad nacional.