Cristina López Schlichting

La magia del Domund

La Razón
La RazónLa Razón

Amanece en Sabié, a tres horas de la capital de Mozambique, cuando Pilar Boves abre la escuelita en la que ella y otras dos compañeras atienden a 60 niños pequeños. Los críos, preciosos negros vestidos de colores intensos, con sonrisas despampanantes, vienen a pie y permanecen de siete y media a doce del mediodía, encantados. A media mañana reciben un desayuno: «Llegan en ayunas, lo necesitan». La parroquia de las tres religiosas tiene 3.000 kilómetros cuadrados y está sin cura. Las hijas de María Madre de la Iglesia se multiplican. Algún día habrá que investigar el secreto de estos hombres y mujeres que nos llevan un par de décadas de juventud y lucidez. Con 70 parecen tener 50, con 80, 60. Son además las únicas personas que repiten de manera sencilla y convencida que son felices, que están agradecidos a la gente que les rodea y a la que intentan ayudar. Hace 71 años que Pilar nació en una familia católica. Siendo niña «postulaba» por las calles con la hucha del Domund y hacia los 15 años pensó en hacerse misionera. Hoy es protagonista de esta jornada.

Los periodistas somos perros de colmillo retorcido, cada uno de su padre y de su madre, pero todos –independientemente del medio, las convicciones, las ideas políticas– nos quitamos el sombrero ante los misioneros. No en vano este año es pregonera del Domund Pilar Rahola, que dice que no tiene fe pero que ha escrito y pronunciado un pregón que hace que se te salten las lágrimas. La Rahola y yo hemos discutido de los divino y lo humano y discrepado en casi todo. Pero ambas reconocemos que siempre, en cualquier lugar del mundo, en toda circunstancia, ellos van por delante y permanecen al lado de los pueblos. Nos los topamos en cada continente, incluso cuando las organizaciones internacionales o las Ong se han marchado. Viven y mueren por los que aman. Cada país que anotamos en nuestro cuaderno de campo queda asociado a uno o varios de ellos. ¿Cómo olvidar a Ignacio García, hermano de la Salle, que llevaba 30 años en Níger cuando lo conocí y que murió a machetazos en Burkina Faso? ¿Cómo borrar la imagen de las agustinas misioneras de Argelia, dos de las cuales cayeron abatidas por las balas de los yihadistas, perdonando a los asesinos? ¿Cómo quitarme de la cabeza a sor Caterina, franciscana italiana que cruzó las líneas de fuego en Albania y me condujo hasta la ciudad sitiada de Valona, sencillamente porque se había empeñado en ayudar a sus novicias, que estaban atrapadas allí? Hay misioneros en todos los lugares donde hay necesidades, de un tipo u otro, y 13.000 son españoles, el mayor número de ellos. Un orgullo.

Es un día bonito este, una oportunidad de empujar a favor de los que han tenido el coraje de marchar a las periferias. No han ganado poder, fama o dinero, pero sí el ciento por uno en esta tierra. Para empezar, en juventud y felicidad. Es para reflexionar.