Congreso de los Diputados

La nueva-vieja política

La Razón
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Arrancó la segunda jornada del debate con la ausencia de Rajoy. Quizá también por eso, todo anunciaba una mañana tranquila y de cierto sopor por las altas temperaturas de la noche anterior. No fue así.

Empezó el líder de Ciudadanos explicando su no a la moción de censura por la necesidad de hacer una oposición útil y no la «demolición de España» que pretendía Iglesias. También le recordó que, de las diez medidas anticorrupción que anunció el martes, siete ya se estaban tramitándo en la Cámara: «Dejen de asaltar el Gobierno y pónganse a trabajar» y enumeró los logros de su partido: el bono social, el aumento del permiso de paternidad, la tarifa plana para autónomos, o el complemento salarial para jóvenes. Nada que ver con el tramabús, por el que –ironizó– «Rajoy está temblando».

A la vista de la intervención, Iglesias olvidó el tono presidencialista del primer día y se tiró directamente al barro. Empezó diciendo a Rivera que cita autores y libros que nunca ha leído, y le llamó «cínico» porque «todo le da igual porque es de cualquier cosa que le venga bien al poder». Luego le molesta –pensé– que aludan a su vida privada y sentimental... Pero siguió igual: identificó al líder de Ciudadanos con un «vendedor de productos bancarios» y con «el bastón del partido más corrupto de Europa» para rematar la réplica asegurando que Ciudadanos es un partido de tránsfugas, basado en el marketing y que simplemente es «el escudero del PP».

En la dúplica, el portavoz de Ciudadanos se contagió del mismo tono. Ironizó con que Iglesias le llamase ignorante y a la vez no fuera capaz de pronunciar bien el nombre de Jordi Solé Tura, poniendo el acento en la última a: «No es un futbolista, señor Iglesias, es un padre de la Constitución». Tildó el discurso del líder de Podemos de misa laica carente de ideas. «¿Alguna idea?» preguntó. E Iglesias respondió en el mismo tono para decir «son ustedes una enorme decepción... un simple producto de marketing».

Casi ninguna idea. Rivera le propuso pactar reformas como la ley electoral, los aforamientos o la fiscalía. Pero, visto lo visto, no les veo capaces de pactar ni las vacaciones de verano del Congreso de los Diputados. Y es que nunca la nueva política me pareció más vieja. Desgraciadamente el insulto ya no es patrimonio exclusivo del antiguo bipartidismo.