Cine

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La paradoja del actor

La Razón
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El sábado vi la gala de los premios Goya. Me gusta el cine español, me atraen las historias contemporáneas de mis colegas. Disfruto viendo películas en las que participan artistas que conozco y admiro. Productores, directores que hacen milagros para rodar. Porque el patio está mal. Quedó claro en la gala. Lo repitieron ellos mismos, sólo el ocho por ciento de los actores pueden vivir de su trabajo. El resto hace de todo y subsiste en la precariedad. A veces, según va pasando el tiempo, y la energía disminuye, van desapareciendo en el no se sabe dónde. Porque para trabajar como actor hay que tener mucho talento, mucha capacidad de sacrificio, mucho coraje, mucho aguante y mucha salud. Las actrices, los actores, tienen que estar siempre en perfecto estado físico y emocional de cara al mundo. Han de poder cantar, bailar, saltar, tener la voz perfecta y la inspiración a punto cuando les toca actuar. Han de tener la imagen perfecta. ¿Los vieron en los Goya? Mucha guapura, glamour, trajes preciosos y sonrisas eternas. Pero eso no es real, es parte del arrojo de nuestros interpretes. Porque ellos viven hoy más que nunca la paradoja del comediante. No tenemos para pagar el piso; «no hay tanto pan», que decía la canción ganadora de la compositora Silvia Cruz. Pero si no estamos impecables nadie nos valorará. No nos querrán. Es triste e indignante que esto ocurra, porque es una falta de amor a los artistas. Un desprecio que se genera desde el poder inculto y desdeñoso que propicia el «tener». Sin darse cuenta de que sólo la educación y la cultura nos hacen «ser». Ser conscientes y buenos. Hacer un mundo más consciente. Y mejor.