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La Primera Comunión de Pablo Iglesias

La Razón
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Pablo Iglesias vivió ayer su momento iniciático, eso a lo que toda persona se enfrenta desde que Mowgly se fue de aventuras con Balú. Es como si hubiese dejado la adolescencia en la cuarentena y se le cayeran los granos de la cara. Diríase que quiso hacer su Primera Comunión (si uno fuera malo apuntaría más bien a una boda con su portavoz) y le hicieron una fiesta para celebrarlo. Pablo Iglesias ya se ha hecho mayor. En algunas culturas a los púberes se les deja salir solos a cazar o se les circuncida. En algunas novelas encuentran la isla del tesoro, o hincan el arpón en una ballena. Lo curioso es que todos los que aplaudieron a Iglesias viven en el mismo universo infantil. Vitorean a uno de los suyos para que entre a matar. Se hizo un «remake» de «¿Quién puede matar a un niño?» o «El guardián en el centeno». La rebelión de los que aún se creen jóvenes pero que en realidad incuban un veneno milenario que les hace enfrentarse a los dioses con la intención de suplantarlos. Llevan la vejez en las venas como una enfermedad. El de la coleta cree que es anterior a la peluca de Carrillo, pero su mayor heroísmo es participar en una manifestación. Ni siquiera tiene la trenza tan larga como para feminizar la pelea y permitir a Romeo que suba hasta el torreón. Ni siquiera la coleta es nueva. Sabe que lo que no es tradición –D’Ors dixit– es plagio. Cuando la diferencia entre lo que uno cree que es y lo que es verdaderamente resulta tan grande convierte al protagonista en patético. Pablo Iglesias hacía la Primera Comunión y a la vez era la desgastada Bette Davis en «¿Qué fue de Baby Jane?». Hizo una buena interpretación de «El pueblo de los malditos», una excelente puesta en escena de un Fellini podrido. Hay que tener talento para mostrarse ante el mundo como lo que uno no es. Desde ese punto de vista, el líder de Podemos merecería un Oscar. Si no fuera benevolente con el personaje sólo podría concluir que espera plaza en un psiquiátrico. Así que dejemos la treta en que es un hombre listo que no ha hecho la lista de la compra, preso de su propia ambición. El hemiciclo, con esa forma de anfiteatro, esperaba que los leones entraran para que el gladiador los matara. Pero apenas pudo acariciar a un lindo gatito. Rajoy se los merendó. Hubo mucha sangre, pero como en su serie de cabecera, era falsa, histriónica, y nos dejó con ganas de más, el capítulo de hoy. Lo que podría haber sido una e-moción de censura, la primera del siglo XXI, quedose en una pataleta analógica. Al niño que hacía la Primera Comunión no le regalaron la Play. En el planetario paralelo de las redes, los tuits podemitas jaleaban a su rey mientras en los pueblos comenzaban las fiestas del verano, con procesiones de San Antonio. La gente tampoco quiere que utilicen su nombre en vano. Después de todo, como dejó escrito el poeta, todo ha sido nada.