Agustín de Grado

La puerta abierta

Somos socialistas, no nacionalistas. Sonó cristalino Rubalcaba. Revolucionario, diría. Después de tantos años con el PSOE encamado con nacionalistas e independentistas de todo pelaje allí donde fuera necesario para tocar poder a cualquier precio. A la espera de cómo hayan sentado las palabras de Rubalcaba entre sus compañeros catalanes, bienvenido sea el regreso del socialismo patrio a la sensatez. Y a su cauce natural: la izquierda obrera siempre fue internacionalista, nunca nacionalista.

Estando firme en la defensa de la legalidad constitucional junto al PP (y también en la del Parlamento como representación del pueblo español, en estos tiempos donde al PSOE le gusta flirtear con la protesta callejera como experiencia de democracia real), Rubalcaba dejó abierta una puerta inquietante con su propuesta federalista. No tanto porque no sea ésta una iniciativa democrática viable, que lo es, sino porque concede a la reivindicación victimista del nacionalismo una legitimidad en el momento más inoportuno. El problema de España no es la Constitución, es el nacionalismo. No lo es una Carta Magna perfectible ni una Cataluña necesitada de encaje, sino esa religión laica que con su fe inquisitorial y su liturgia populista de agravios seculares subyuga al individuo y anula su libertad para devolverlo encadenado a la tribu. Es esa naturaleza opresora que arrebata los derechos a los ciudadanos para otorgárselos a un pueblo idealizado mediante falsificaciones históricas y generaciones educadas en el odio a España. Este es el problema. Como las mareas, sube o baja según las acciones y omisiones de unos y otros. Quizá no haya otra solución que conllevarlo, concluyó Ortega. Pero sin caer en su trampa porque no hay reforma constitucional que sacie su aspiración última: romper España.