Cataluña

La punta de lanza y el huevo de la serpiente

La Razón
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El asalto de los cachorros de la CUP a la sede del Partido Popular en Barcelona ocurrió casi a la misma hora en que el todavía presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, propagaba en un aula de la Universidad de Harvard las virtudes de la actual política catalana frente a la cerrazón de la política española. Justificaba así el dirigente catalán el proceso hacia la independencia. No le importaba que cualquier observador instruido pudiera pensar que su injustificado desprestigio de la democracia española procedía de la patología del odio que, desde hace años, ha sido fomentada desde el poder catalán y que ha impregnado a toda la sociedad catalana. Precisamente la CUP, el grupo radical anarco-separatista, es, de hecho, el sostén de su Gobierno, el que condiciona en gran manera sus actuaciones, y la afilada punta de lanza de la ruptura con España y con la legalidad vigente. Puigdemont, lo mismo que sus socios, menos el partido responsable de la repudiable actuación, han rechazado la actuación de los jóvenes radicales porque no dejaban en buen lugar su campaña de propaganda exterior.

Preocupa seriamente la deriva hacia la violencia, en cualquiera de sus formas, del proceso separatista. Debería inquietar especialmente a los que lo promueven, que tiran la piedra y esconden la mano. Hace tiempo que están ellos engüerando el huevo de la serpiente. Los aprendices de la «kale-barroka» catalana, con sus recientes y sucesivas acciones violentas contra la Sociedad Civil Catalana y contra los demás rivales políticos han hecho sonar las señales de alarma. La «nueva concordia» propuesta en el congreso de los populares parece lejana. Para cualquier observador nacional o internacional contrasta el comportamiento de los socios más activistas y radicales del variopinto complejo del poder catalán, alentado por los exabruptos contra España del presidente de la Generalitat, con el anuncio del denostado e «inmovilista» Rajoy de invertir en Cataluña, en los próximos tres años, 4.200 millones de euros, un verdadero chorro de dinero. Los españoles acostumbran a tomar nota. Todo esto favorece la permanencia del Partido Popular en el poder. Sobre todo si los socialistas catalanes siguen jugando a la equidistancia y los de Podemos de Pablo Iglesias, aunque fracturados por dentro y por fuera, lo que hace dudar de su viabilidad a medio plazo, se sitúan intelectual y sentimentalmente más cerca de la «anticapitalista» Anna Gabriel, presente en el asalto, que de los partidos defensores de la Constitución y la concordia.