El desafío independentista

La puta i la Ramoneta

La Razón
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Esta columna es una sala de espera con vistas, en nebulosa, a unas inminentes elecciones. Un pensamiento escrito en vísperas de la respuesta de Puigdemont al requerimiento del Gobierno. El cielo catalán sigue encapotado de ideas y su población, sedienta de certidumbres. En plena sequía ambiental y empresarial, los políticos independentistas se fragmentan entre ellos mientras los constitucionalistas, qué paradoja, unen fuerzas al calor del último discurso de Felipe VI. El hecho quedó reflejado el otro día, en los corrillos del Palacio Real.

Este Govern se ha marcado varios goles en propia puerta: ha logrado, con su desafío, que afloren las banderas españolas y resurja el sentimiento patriota a gran escala. Tampoco han conseguido Puigdemont y los suyos emular al maestro Jordi Pujol en su arte de hacer la puta y la Ramoneta, no han sabido jugar con el Estado a tirar la piedra y esconder la mano. Durante los 23 años del Pujol president, pensábamos que el patriarca catalán hacía política con PP y PSOE cuando en realidad, en secreto, preparaba con el colmillo afilado la construcción de un país independiente. Este 20 de septiembre, durante el convulso registro al despacho del secretario de Hacienda, la Guardia Civil le requisó al susodicho dos folios con posibles «escenarios de guerra» en caso de DUI. Una prueba más de que la ruptura con España se ha preparado largamente desde las instituciones, con lenguaje bélico, como la consumación del sueño nacionalista de la Sagrada Familia (así se hacían llamar los Pujol, acuérdate, en tierras andorranas).

También este Govern ha defraudado al independentismo de base. ¿Cómo se tomarán hoy sus propios votantes la fuga de más de 400 empresas de suelo catalán sin un coste político para Oriol Junqueras?

¿Cómo es posible que un señor licenciado en Historia y conseller de Economía, sin conocimientos en la materia, no haya dimitido tras el éxodo de 6 de las 7 empresas catalanas del IBEX ? Él, entretanto, no quiere bajarse del coche oficial que le lleva y le trae cada día a su casa. Unos 44 kilómetros diarios, de ida y vuelta, cuyo peaje y combustible pagan de su bolsillo todos los catalanes. Junqueras ha conseguido llevar a Cataluña al precipicio económico y ahí sigue, comentando lo buena persona y lo humilde que es. Sólo falta que a Barcelona se le escape también la Agencia Europea del Medicamento. Con este tipo de políticos, sálvese quien pueda.