Paloma Pedrero

La relajación con el tiempo

La Razón
La RazónLa Razón

Qué difícil es para los humanos la relación con el tiempo. Quizá casi todo lo es, o lo urdimos complicado. Pero claro, el no entender qué hacemos aquí o de dónde vinimos o adónde vamos, nos pueda hacer conflictivos. Porque cuando no se entienden las cosas no es fácil aceptarlas. A los otros animales no les ocurre lo mismo, pero es que los otros no saben que van a morir. Viven el presente, no hay más. Nosotros sí lo sabemos. Desde bastante pronto conocemos que hacerse viejo lleva a un lugar desconocido. A desaparecer. Eso nos genera una extraña relación con el tiempo. Cuando somos niños se hace largo, un año es un siglo. Y lo queremos todo ya; cómo me vas a regalar la bicicleta en mi próximo cumpleaños. Es inadmisible. Después cada año va pasando más rápido y el mañana es ya hoy. Y esta letra «Y» es ya pasado. La relación con el tiempo se vuelve más ardua. Porque, como decía Borges, el tiempo es un tigre que nos devora. Pero a la vez la lucha por la vida es a veces tan insoportable que deseamos ardientemente que pase el tiempo, nos lleve a donde nos lleve. Ocurre cuando estamos en esas labores muy pesadas, o cuando esperamos a alguien, o cuando todavía tenemos la ilusión de que pronto ocurrirá algo muy anhelado. Ahí le pedimos al tiempo que corra, que no se ande con miramientos. Y él parece lentificarse como si quisiera hacernos la puñeta. Entonces nos ponemos ansiosos y nos damos prisa hacia ninguna parte. Después, tarde, somos conscientes de que el tigre se esfuma y queremos pararlo. Y el se ríe de nuestra inestabilidad. Y pasa.