Cristina López Schlichting

La república y la mentira

La Razón
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No les ha servido de nada. Ni Roma ni el juez Llarena pagan traidores. A Junqueras, Forn y los Jordis sólo les ha faltado cantar el himno nacional, si no lo han hecho es porque no tiene letra. Pero seguirán en prisión. Lo triste no es que sean una panda de cobardes, sino que sus huestes los aclaman a pesar de ello, o por eso. Llevo días leyendo en twitter cómo los justifican sus seguidores: «Per a la supervivencia és permés tot» («Por la supervivencia todo está permitido») escribe @margaritamitja6. «Si ho contraposem a 30 anys de presó jo també els canto la constitució en vers i el 155 en arameu» («Si lo contraponemos a 30 años de cárcel yo también les canto la constitución en verso y el 155 en arameo») pone @ielowsubmarin. «Amb vosaltres. Us necessiten a casa. Com sí heu de parlar amb accent andalús!!» («Con vosotros, os necesitan en casa, como si hay que hablar con acento andaluz») se suma @AngelsMR21. Me pregunto qué hace al independentismo tan indiferente a la verdad. Porque hay algo de esto en el procés: desvío de dinero del FLA a las falsas elecciones; espionaje ilegal de los Mossos a los contrincantes políticos; envío de 140.000 euros a Bruselas para cubrir los gastos de Puigdemont; pagos millonarios a las falsas embajadas y fondo de reptiles para los medios paniaguados (El Nacional, El Puntavui, Ara, Villaweb...) Del comportamiento de esta gente se deduce que camuflar, esconder y engañar está bien visto entre ellos. No es cosa baladí.

Yo creo que el que engaña en lo poco lo hace en lo mucho. También pienso que si engatusas al enemigo acabarás mintiendo al compañero. No sé si será la postverdad, pero auguro a los círculos secesionistas un triste futuro de mutuas puñaladas (algunas ya se ven) y traiciones.

El campo catalán fue carlista y cristiano. Ahora la fe prácticamente ha desaparecido de Cataluña. Probablemente el auge de la mentira tiene que ver con el desprecio de la Verdad. En el absoluto vacío posmoderno, el nacionalismo es el dios. Particularmente, de vivir en Cataluña no me preocuparía ser catalana o española (en caso de poder separarse ambas cosas) sino estar rodeada de tantos embusteros.

Esta semana escribía una carta quien fuera fundador de Sociedad Civil Catalana, Josep Ramon Bosch. Relataba su calvario personal a manos de los independentistas, que llenan su casa de Santpedor de pintadas, llaman «hija de puta del facha» a su hija y envían miles de correos a su empresa exigiendo su despido. Bosch ha sabido ahora que fue espiado por la UCRO, la unidad de servicios secretos creada por el mayor Trapero, como también lo fueron políticos de Ciudadanos y el PP o el secretario general del sindicato de policías de Cataluña, David José Mañas. Lo malo es la conclusión de la misiva de Bosch: «Una terrible sensación de abandono embarga el ánimo de muchos que decidimos emprender batalla contra el separatismo». ¿Habremos dejado solos a los mejores de entre nosotros?