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En diciembre de 2005, Luis Aragonés organizó una convivencia con 40 futbolistas profesionales, en Las Rozas, pensando en el Mundial de 2006. Entre los citados, Oleguer, entonces protagonista de la campaña «una nació, una selecció», en apoyo de las selecciones catalanas. El zaguero azulgrana acudió a la llamada. Seis años después, confesó que en la charla con el «Sabio» le transmitió que si en un jugador «no hay suficiente implicación y sentimiento», que mejor que fueran otros. Correcto. Una vez retirado, en 2016 apostató definitivamente de la Roja, porque le «generaba rechazo», y como Llach o Puigcorbé recurrió al desternillante mantra del «Estado opresor».

Lopetegui no tiene noticias de que Piqué no quiera jugar en la Selección. Al contrario, valora «su compromiso total con el equipo» y que «se parte el alma en cada partido». Piqué es un puntal de la Roja que, al contrario que otros deportistas, no oculta sus sentimientos, sean catalanistas, españolistas o mediopensionistas. Entiende que se pite al Rey y al Himno en un estadio, en aras de la libertad de expresión, que también sirve para que le silben a él –lo asume deportivamente–, y apoya que se vote en un referéndum ilegal. Él no habla del Estado opresor, pero no sabemos si comparte que profesores, alumnos y otros profesionales disconformes con el «procés» tengan que expresar su opinión de espaldas a una cámara y con la voz distorsionada para evitar represalias de quienes se llenan la boca con la palabra democracia, pero no toleran a quienes la practican o no piensan como ellos, y no dudan en llamar fascistas a Serrat o a Boadella.

Piqué irá a votar el domingo, quién sabe dónde, y el lunes se concentrará con la Selección. ¿Y si Puigdemont y cía se independizan el martes, qué hará él? Atentos a la pantalla.