Joaquín Marco

La soledad del sur

Canta Joan Manuel Serrat con razón y orgullo «Nací en el Mediterráneo», pero este mar, cuna histórica de Occidente, se ha convertido en un grave problema. Ensimismados en las cuestiones nacionales apenas si nos damos cuenta de la tragedia que se desarrolla a nuestro lado, en las puertas de Europa. El Sur de Europa también existe y más allá de las fronteras, al otro lado del mar, proliferan tragedias: guerras y desesperación. No es casual que el primer ministro italiano, con corbata negra, tras el hundimiento de un pesquero cargado con más de ochocientos inmigrantes procedentes de las costas de Libia, proclamara: «Italia está salvando vidas humanas. Es un trabajo extraordinario, pero lo estamos haciendo solos, en una situación casi de abandono. Me resulta difícil entender por qué, frente a estas tragedias que estamos viviendo, no se está produciendo ese sentimiento de cercanía y solidaridad que la UE otras veces ha mostrado. Les volvemos a pedir que no nos dejen solos». Es una dramática requisitoria, una más, de los países que constituyen la frontera Sur de Europa, los ribereños del Mediterráneo. A uno y otro lado de este mar se forjaron las grandes civilizaciones que constituyen nuestro sustrato. Más de un millar de muertos se han producido en pocos días, todos ellos víctimas inocentes, ahogadas en este mar que observan como una salvación de las dramáticas situaciones en las que se debaten sus países. Éstos fueron diseñados artificialmente, en algunos casos, por europeos que actuaron como colonizadores y dejaron tras su paso un rosario de problemas y de pobreza. Algunos países del Sur, como España, han levantado vallas contra una incontrolable inmigración. Pero Italia y Grecia no pueden vallar sus costas. Bulgaria construye una alambrada de más de treinta kilómetros que finalizará en el mes de septiembre y que ha de impedir el acceso a territorio europeo de inmigrantes sirios, iraquíes, libios o procedentes del África negra desde la vecina Turquía. Pero la xenofobia se extiende imparable por el Continente, incluida la propia Italia.

No parece suficiente que el tráfico de seres humanos y las peligrosas expediciones marítimas, en pésimas condiciones materiales, se justifiquen con la denuncia y la persecución de las mafias o intermediarios que proporcionan estos inadecuados medios a seres desesperados. A muchos de ellos la muerte puede parecerles una alternativa no mucho peor que la vida que les espera de no intentarlo. Conviene, sin duda, perseguir a estos mediadores delincuentes que cobran buen dinero, hasta 5.000 euros, para organizar viajes que conducen a la muerte. No podemos sino aventurar que en el pasado año la cifra de muertos reconocidos alcanzó los 3.200, muchos de ellos niños y adolescentes, pero la cifra se queda lejos de la realidad. Pero las 60.000 personas en 2013 y 170.000 al año siguiente que llegaron sólo a Italia pueden dar una ligera idea del movimiento. Estos inmigrantes abandonan sus países de origen, atraviesan desiertos y toda suerte de peligros hasta llegar a las proximidades de la costa. Pero la espera allí, en pésimas condiciones, tampoco resulta fácil. Pudimos ver las imágenes por televisión del uso del látigo contra aquellos que no consiguen el suficiente dinero de sus familias para satisfacer a los «agentes». La Europa civilizada se limita a observar cómo se desarrollan los hechos y cuán cara resulta, en ocasiones, la destrucción de una nación. Libia, por ejemplo, cuyos lazos con Italia son históricos. Los países del Sur piden a esta Europa, que se autocalifica de humanística y dice respetar los derechos humanos, soluciones a la avalancha migratoria. Pero éstas deben producirse también en los países de origen. Se habla ya de instalar grandes campamentos en los que se albergarían los emigrantes que se hallan a la espera del gran salto. Pero lo que les espera a la mayoría, que ha logrado ingresar sin papeles en el paraíso europeo, constituye otra odisea. Será explotada como mano de obra barata y casi esclava. La solución, de existir, no consiste en mejorar tan sólo las tareas de salvamento. Europa debe debatir con responsabilidad actuaciones en las zonas en conflicto. Nadie en Europa está dispuesto a enviar Fuerzas Armadas e intervenir en los conflictos locales de la zona. Pero, mientras tanto, el Estado Islámico se expande y sus amenazas terroristas alcanzan al corazón de la misma UE. El hecho de que el mar Mediterráneo se haya convertido en un gran cementerio es resultado de factores geopolíticos y de intereses de diverso signo que escapan a la propia entidad europea. Las soluciones no pueden ser fáciles ni a corto plazo, pero tampoco podemos observar con indiferencia tanta tragedia humana. Mariano Rajoy se sumó a Matteo Renzi, quien solicitó un Consejo Europeo extraordinario. Pero algunos países, como la muy conservadora Holanda o el Reino Unido, se muestran reticentes ante la magnitud del problema. David Cameron propone, incluso, suspender o reducir aún más los programas de salvamento marítimo. En los países europeos se acentúa de forma peligrosa una xenofobia que produce réditos electorales. No es ésta la Europa que se había concebido. La voz del papa Francisco clama en el desierto de las conciencias: «Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos que buscan una vida mejor; hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de guerras...». Se teme que el buen tiempo incremente los desplazamientos marítimos. Por ello, como ya se hizo en Somalia, italianos y españoles proponen a la UE destruir, en los puertos de Libia, aquellas embarcaciones que pudieran servir para trasladar a los inmigrantes, aunque nada impediría que trataran de llegar, como ya ocurre desde las costas marroquíes, con embarcaciones de mínimo calado. Italia, la mayor receptora de inmigrantes, en un solo centro, el de Mineo, en Sicilia, alberga 3.240 emigrantes a la espera de que se tome una resolución sobre su asilo y así pueden permanecer hasta un año. En el conjunto de Europa existen 626.710 demandantes de asilo. En países como Grecia o España la demanda es menor y prolifera la existencia de indocumentados. Alemania con 202.645 peticiones es el destino más demandado. El Mediterráneo no consiste tan sólo en las hermosas playas de las que vienen a disfrutar los europeos en los veranos.