José María Marco

La tentación peronista

La Razón
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De ganar Pedro Sánchez las primarias socialistas, lo más probable es que el enfrentamiento abierto en el PSOE, en particular en el grupo parlamentario, lo mantenga entretenido algún tiempo antes de empezar a pensar en la moción de censura al Gobierno. Es verdad que Sánchez, cuya mayor virtud no es precisamente la prudencia, puede lanzarse a una moción de la mano de sus compañeros podemitas, pero lo que conseguirá así no es el despacho de La Moncloa, sino unas elecciones generales a las que tendrá que enfrentarse en la peor de las condiciones.

Si gana Susana Díaz, el panorama se antoja más tranquilo. Se habrá impuesto lo que en estas páginas se denominaba ayer el PSOE «de siempre», que es, en buena medida, el conjunto de la estructura del partido, no sólo sus dirigentes. Ahora bien, también a Susana Díaz le esperan bastantes meses de «cosido» y consolidación. Sobre todo, llega con una actitud mucho más peronista que socialdemócrata. Andalucía es el escaparate de esta forma de hacer política y en el acto de presentación de la nueva candidata destacaban Bono y Guerra, dos de los más acendrados representantes del populismo español. Después del No a la reforma de la estiba, está claro que el Gobierno no podrá contar con el PSOE para sacar adelante los presupuestos. (En cambio, Susana Díaz tendrá que contar con la buena voluntad de Rajoy para aplazar unas posibles elecciones).

Tal vez la dependencia en la que se encuentran lleve a los socialistas a reflexionar sobre el callejón sin salida en el que se han metido. Otra posibilidad es que se figuren que a Pedro Sánchez y a sus «bases» se les puede plantar cara desde el peronismo. Es verdad que en el centro les ha salido, a causa de la alergia socialista a la idea de nación española, un competidor ya asentado, como es Ciudadanos. Y que el PP, la única fuerza adulta del panorama político nacional, ya no puede ser caricaturizado como una cosa autoritaria y de reacción. Justamente por eso, a los socialistas les vendría bien dejar de competir en la franja del parvulario podemita y plantar sus cuarteles en la zona templada de la vida política. A menos, claro, que den por perdida cualquier posición de izquierdas y residual su propia presencia. Tal vez sea lo más realista.