Nacionalismo

La tramontana

La Razón
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Josep Pla contempló la luminosidad nocturna de Nueva York y preguntó: «¿Y quién paga esto?». Hacia el final de su vida quienes nunca le perdonaron su españolidad le rindieron un homenaje y cerró el acto con un «¿Qué se debe?». Hoy haría las mismas preguntas cazurras ante el ruido cacofónico que nos obsequia una orquesta catalana que vuelve a tocar la sedición. El in crescendo circular del bolero de Ravel. Pasé una tarde con él en Mas Pla, sentados a la camilla y servidos por un ama revieja y sarmentosa mientras me explicaba peculiaridades del Ampurdán. Con suelo pizarroso, cuando sopla la Tramontana se electriza la atmósfera hasta provocar una rareza neurológica en la que los amigos dejan de hablarse y los amantes de desearse. Nunca pasa nada y los payeses vuelven a su normalidad cuando en un par de días se encuentran a sotavento. La única ilegalidad que cometió la Transición fue traer a Tarradellas, otro catalán imprescindible, como representante histórico de una Generalidad preconstitucional. Con su «Ja sóc aquí» se presentó multitudinariamente en Barcelona dirigiéndose a los ciudadanos de Cataluña y no sólo a los catalanes. Corridos los años se entiende la animadversión personal que se profesaron Tarradellas y Pujol, advirtiendo el primero el secesionismo fariseo del segundo. Le preguntaron con mala leche a Tarradellas si Cataluña era una nacionalidad histórica y con gran retranca se puso a dudar: «No sé; ahora mismo se me viene a la cabeza Castilla, pero habrá otras...». Ante esta repetitiva Tramontana que soplan los sediciosos hay quien se alarma ante un inmediato choque de trenes entre la Generalidad y el Estado al que representa y del que obtiene legitimidad. Rodando en vía única el improbable choque sería por alcance y esa desaceleración no es catastrófica tal como enseña la Física. En Cataluña no se va a celebrar ningún referéndum, ni en mayo ni en septiembre, y sí unas elecciones legislativas autonómicas que ganará Oriol Junqueras. Y que la izquierda republicana e independentista gobierne Cataluña es la prueba del nueve de que la Constitución protege las libertades de todos y no hay ciudadano catalán oprimido por esa entelequia de «Madrid». Y si un farsante abriera los 500 colegios electorales, los cerrarían los Mozos de Escuadra, policía recuperada por el franquismo. Zapatero militarizó a los controladores aéreos y nadie tosió. Como advirtió Ortega, el «problema catalán» no se combate: se conlleva. Como la Tramontana.