España

Las abejas

La Razón
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Se anuncia el fin de los teléfonos inteligentes. Serán suplantados pronto por un mundo sin pantallas en el que los datos, los mensajes y las imágenes se proyectarán delante de nuestros ojos. Y mientras tal prodigio ocurre y las grandes empresas tecnológicas se comen literalmente el mundo, están desapareciendo los gorriones y se mueren las abejas. Pero ningún avance científico podrá igualar la perfección y utilidad de uno de estos pequeños y dorados insectos «antófilos» (del griego, «que aman las flores») que vemos regresar a sus colmenas después de sus dulces correrías, acarreando polen cargado de pesticidas. Estudios realizados en España han encontrado en el polen hasta cincuenta y tres plaguicidas. ¡Hay que salvar las abejas!, claman en vano los ecologistas. La química agraria es sólo una parte del problema. Los más eminentes entomólogos culpan también de este desastre a los «piretroides», insecticidas de uso doméstico, a los que recurren también los Ayuntamientos para fumigar setos, árboles y praderas cuando se acerca el verano. El caso es que las abejas se mueren. En Estados Unidos, la patria del Silicon Valley, han desaparecido ya el 45 por ciento. En Europa, más del 20. En España hemos perdido entre el 20 y el 40 por ciento. También nos quedamos sin abejorros y sin mariposas. Aquí, según los ecologistas, están autorizados 319 productos peligrosos para las abejas, y sólo se han prohibido últimamente cuatro insecticidas tóxicos. Hay coincidencia en que la desaparición de las abejas sería una catástrofe por su papel esencial en la conservación del ecosistema. Algunos ven en ello una señal del fin del mundo. De la polinización depende cerca del 90 por ciento de las plantas silvestres y un tercio de los alimentos que consumimos. Y de las abejas y el resto de polinizadores depende el 70 por ciento de los principales cultivos agrícolas para el consumo humano en España, empezando por los frutales. ¿Alguien se imagina un mundo sin mariposas, manzanas, pájaros ni abejas? Hemos roto el ecosistema y estamos perdidos, agarrados a las nuevas tecnologías como tabla de salvación. ¡Pobres! Así que, llegados aquí, me vuelvo a la niñez en Sarnago, cuando no había móviles, escucho en las herrañes el rumor de mil insectos y veo al tío Quirino, cazador de enjambres, llamando con losas en la mano a las abejas que cruzan el aire de la plazuela como una nube dorada.