Nacionalismo

Las buenas noticias

La Razón
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Caída la bomba de neutrones del 155 sobre la molla secesionista quedan en pie la mayor parte de las obviedades conocidas y no pocos fantoches. Tan vacuos e inservibles y amañados y embusteros como en las mejores tardes del delirio, pero ya inocuos. La primera certeza viva, que ni hubo ni habrá escisión. Más allá de la sufrida en algunos cerebros escogidos. Siempre a medio minuto de cambiar el coche oficial por la ambulancia acolchada. La segunda, que entre los candidatos a protagonizar el remake del Cuco en el papel de Jack Nicholson encontramos a varios ex consejeros. Como ese que, no contento con presentarse como ministro de la ínsula Barataria, acudió el lunes al que fue su despacho. Hasta que los mozos, con la emocionante delicadeza debida a los niños y los locos, le explicaron que él sabría. O se iba a casa o le caía una denuncia por usurpación. La tercera cuestión, clave, fue el triunfo de la Ley sobre los empastes de guano que patrocinan los terceristas. Como sucediera en el País Vasco de los cien asesinados por año, la solución no llegó por el exceso de mimos a los psicópatas. Antes al contrario, la gangrena remitió cuando los gobernantes aplicaron a la infección toda la profiláctica batería de alcoholes y antibióticos que requieren las plagas. Especialmente cuando el peligro de septicemia abandona el territorio de lo hipotético y camina voraz a la conquista del cuerpo. Al golpe de Estado, y al proceso revolucionario, había que responder con una resolución igual de contundente. La ulterior cola de vaca o calesita de Rajoy, o sea, las elecciones del 21 de diciembre con las que rompió a lo Romario la cadera de sus marcadores, descolocaron incluso a los más destacados estudiosos del marianismo. No digamos a los locos generales de la secesión. Obligados a aceptar las condiciones impuestas por el gobierno y a reinsertarse en la amarga verdad. Ahí tienen a ERC y el mensaje del impar Junqueras, que, nobleza obliga, había avisado de que «en los próximos días tendremos que tomar decisiones y no siempre serán fáciles de entender». Una cuarta evidencia sería el retrato de Ada Colau y sus muchachos como cómplices del tomate. Sin la coartada que le ha brindado la izquierda catalana el secesionismo habría quedado reducido a lo que siempre fue. Una aventura dominical de señoritos racistas. De ahí que los tartamudeos de la «emperatriz de la ambigüedad» (Borrell dixit) sonaran patéticos este domingo, incapaz ya de disfrazar su chaquetero cambalache y el sucio juego de cartas a mayor gloria de un nacionalismo tocado pero no hundido. La última certeza es hija de esta y tiene que ver con Borrell, y con el profesor Félix Ovejero, y con Paco Frutos: el espectacular contraste que ofrecía escuchar a un puñado de hombres de izquierda no carcomidos por la basura identitaria mientras la alcaldesa de Barcelona y las huestes de Pablo Iglesias mantienen el rumbo en su crucero hacia la nada. Ojalá el 155 traiga como remate la última gran noticia. A saber. La inaplazable ruina de la izquierda reaccionaria.