Toni Bolaño

Las negociaciones

La Razón
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Ciudadanos y Partido Popular han mantenido negociaciones para formar gobierno durante toda la semana. Hemos tenido de todo. Desde momentos de fair play hasta tensiones con, incluso, amenazas, pero al final, como no podía ser de otra manera, la sangre no llegó al río. En el momento de cerrar esta edición, el pacto está muy avanzado y todo son buenas palabras, de unos y de otros. Sin embargo, durante todos estos días hemos asistido a un «toma y daca». Los populares no querían ser vistos como unos entreguistas ante el partido naranja, y Ciudadanos quería «marcar paquete» para capitalizar los acuerdos. No era sólo teatro. Era bastante más. Era una escenificación para sacar rentabilidad política y estar bien situados ante lo que se avecina. Ambos partidos sabían de antemano que estaban condenados a pactar, pero se han trabajado el contenido para no dejar nada al azar. Ambos quieren capitalizar un acuerdo que, siendo importante, no sirve para investir presidente.

Por eso, mientras los populares con Fernando Martínez Maillo y José Luis Aylllón ponían sordina a los dardos de Ciudadanos y procuraban que la cuerda no se tensará más de lo debido, manteniendo una imagen de superioridad frente a los naranjas y lanzando mensajes de firmeza en la negociación, por el otro lado, Juan Carlos Girauta, el diputado barcelonés y portavoz parlamentario, asumía el papel de «poli malo» y «arrimaba» mandobles a diestro y siniestro para reclamar un protagonismo que permitiera a su partido presentarse como el adalid de los cambios. Entre bambalinas, José Manuel Villegas, la mano derecha de Rivera, actuaba de «poli bueno» templando gaitas para que la cosa no fuera a mayores. Los negociadores querían marcar los inputs de la negociación, a la vez que encontrar ese punto de encuentro, que se antojaba lejano, por las posiciones de partida de populares y naranjas.

En este contexto, Ciudadanos quería compromisos de máximos, sobre todo, en las reformas institucionales que han sido su bandera, en lucha contra la corrupción, otro tanto, y medidas sociales para marcar diferencias con los recortes de los últimos años. Mientras, el PP no quería adquirir más compromisos de los necesarios porque las palabras se las lleva el viento, pero lo escrito, escrito queda, y tampoco hacer autoenmienda de lo realizado en estos años. Por eso, las grietas no se cerraban y la tensión se disparó el miércoles y continúo en ascenso el jueves. El tono de las críticas se agudizó porque además de negociar, los de Rajoy y Rivera pensaban en el escenario que se abre después del 2 de septiembre, una vez constatado que el PSOE no va a cambiar de posición a pesar de la presión política y mediática. Pedro Sánchez ha conseguido que nadie cuestione, más allá de declaraciones de exdirigentes, su posición en esta investidura en puertas de las elecciones vascas y gallegas ni en el Comité Federal ni en el Grupo Parlamentario. Por tanto, Rajoy y Rivera han negociado con la mirada puesta en un nuevo e inevitable escenario.

En las próximas horas, conoceremos la letra pequeña de un acuerdo que será el oscuro objeto de deseo en la sesión de investidura. Para PP y Ciudadanos, su elemento de presión más preciado para doblegar al PSOE o, al menos, intentarlo, aunque semejante misión carece de la más mínima posibilidad de éxito. La oposición se lanzará en tromba en su contra. Todos moverán sus piezas pensando en el día 2. Y en el día 25. A partir de entonces, después de vascas y gallegas, veremos nuevas negociaciones y, quién sabe, si nuevos escenarios políticos. Por eso, la letra pequeña de este acuerdo no será un tema baladí.