PSOE

Las provocaciones de la izquierda

La Razón
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Es habitual la instrumentalización que hace la izquierda de asuntos que afectan a las convicciones personales y morales de los ciudadanos, o a otros a los que la corrección política que han impuesto hace que sus adversarios no se atrevan a contestar con la contundencia que merecen, e incluso hagan seguidismo de los mismos.

Esa utilización aumenta cuando se trata de desviar la atención sobre asuntos internos, o cuando se pelean por dirimir el liderazgo entre sus corrientes para ver quién es más izquierdoso. Basta observar el discurso y los movimientos internos que se produjeron en la pugna interna por el poder en Podemos, y los que vemos en el PSOE de cara a sus primarias y congreso posterior.

La derecha se ve siempre arrastrada por esta estrategia, pues generalmente los asuntos sobre los que se plantea el debate son recurrentes. Y lo son porque sus complejos la han impedido hacer un discurso contundente en defensa de sus convicciones que haga caduco, cansino e inútil, el «erre que erre» de aquéllos.

La falsa polémica por la retransmisión de la Misa en TVE es un ejemplo. No suscita ningún problema, ni genera rechazo alguno. El 68% de los españoles se declara católico, el 20% va a Misa. 300.000 espectadores la ven por televisión, superando en más de 4 puntos la audiencia media de esa cadena, y el día que se amenazó con quitarla la vieron 1.217.000, más de un 21% de audiencia, arrasando cualquier otro cómputo. Pero es un tema recurrente para «desgastar» a una derecha acomplejada que, ante sus dudas, su minusvaloración de la polémica, y su falta de concreción, transmite la sensación de mala conciencia que da argumentos recurrentemente a las pretensiones de aquéllos. Se echa así en falta que, desde la derecha, sus líderes salgan sin complejos a denunciar que la polémica suscitada es un atentado a la libertad religiosa que establece como derecho fundamental la CE; que nuestro país es laico pero no aconfesional, y que los poderes públicos deben tener en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española, citando específicamente a la Iglesia Católica. Y que cuando Iglesias tiene el morro de decir que «incita al odio», nadie le diga que lo que pretende es callar a todas las opciones discrepantes con su trasnochada y tiránica ideología, a las que no consigue derrotar con argumentos en las urnas. Para eso quiere «su televisión pública».

Salvando las distancias, algo parecido ocurre con la recurrencia a la Memoria Histórica, el cambio del callejero, la denominación de espacios públicos, que para muchos de ellos no es otra cosa que pretender cambiar la Historia para presentar a su manera una terrible y dolorosa guerra para ambos bandos, que perdieron. Y lo terrible es que se plantee por personas que nacieron cuarenta años después, que ni conocieron ni vivieron los hechos, utilizando esos hechos y nombres que ni siquiera son capaces de identificar con claridad en la actualidad.

Menos trascendente, pero significativa también, es la polémica animalista centrada reiteradamente en los toros, pasando por el circo, para culminar hace unos días con una de las pocas leyes aprobadas en un escenario político tan complejo como el que tenemos, para impedir cortarles el rabo «porque está en juego el tipo de sociedad que aspiramos a ser», centrando nuestra defensa en la excepción de los perros de caza.

En la medida en que la situación política se complique y la izquierda siga sin encontrar su camino, este tipo de provocaciones aumentarán. Esperemos que la derecha actúe con firmeza y sin complejos para cerrarlos de una vez.